La nueva España no estaría basada en la filosofía del pelotazo, del compro casa, vendo casa, compro casa, vendo casa y soy mucho más rico; la economía no giraría alrededor de las hipotecas y los bancos aumentando beneficios año tras año; la política pasaría a ser, sí o sí, algo serio con el compromiso de todos de limpiar toda sospecha de corrupción; el sistema de medición del PIB dejaría de ser el número de grúas que se atisban en el horizonte... El batacazo de los mercados, la crisis de confianza y deuda y la calle, con aquel improvisado y revolucionario movimiento popular llamado 15M, habían dictado que había que cambiar.
Y aquí estamos, cuatro años después, preparados para la última aguadilla antes de poder salir a tomar aire, pero convencidos de que cuando por fin podamos volver a respirar lo haremos en una nueva España, sin corrupción, sin ladrillos, sin bancos... Perdón, no era ese el modelo, quiero decir sin indignados, sin derechos, sin justicia, sin vergüenzas... pero con otros valores que hacen ser optimista de cara al renacimiento económico. Una España con los que protestan detenidos y los delincuentes fiscales indultados; con los corruptos perdonados y los jueces condenados; con nuevos complejos hoteleros en playas vírgenes; con prósperos y educativos negocios como el gran Eurovegas; un país, como siempre, de pícaros en el que hasta el campeón del mundo hace trampas para sacarse el carnet.
No sé cuándo y a dónde llegaremos, pero de momento me parece que estamos equivovando de nuevo el modelo productivo. Si es que la crisis no era ni de deuda ni de confianza, era una crisis de valores.
Como dice Galeano: "Vamos directos al desastre, sí, pero en qué cochazos"
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