Cuando en 2008 el castillo de naipes empezó a derrumbarse, políticos, economistas y tertulianos se echaban unos a otros la culpa mientras los ciudadanos, aturdidos, no entendían nada. Realmente ninguno de todos ellos entendía nada. Pero sí hubo una conclusión clara después del primero de los varapalos: el sistema había fallado y no podía mantenerse. Todos los economistas empezaron a analizar el pasado, que suele ser bastante más fácil que el futuro y concluyeron que la sociedad española había equivocado su camino con tanta hipoteca y tanto ladrillo. De todas todas, el nuevo modelo que debería nacer después de la crisis que viene después de la crisis que va después de la crisis, eliminaría todos los vicios y errores que nos llevaron al caos.
La nueva España no estaría basada en la filosofía del pelotazo, del compro casa, vendo casa, compro casa, vendo casa y soy mucho más rico; la economía no giraría alrededor de las hipotecas y los bancos aumentando beneficios año tras año; la política pasaría a ser, sí o sí, algo serio con el compromiso de todos de limpiar toda sospecha de corrupción; el sistema de medición del PIB dejaría de ser el número de grúas que se atisban en el horizonte... El batacazo de los mercados, la crisis de confianza y deuda y la calle, con aquel improvisado y revolucionario movimiento popular llamado 15M, habían dictado que había que cambiar.
Y aquí estamos, cuatro años después, preparados para la última aguadilla antes de poder salir a tomar aire, pero convencidos de que cuando por fin podamos volver a respirar lo haremos en una nueva España, sin corrupción, sin ladrillos, sin bancos... Perdón, no era ese el modelo, quiero decir sin indignados, sin derechos, sin justicia, sin vergüenzas... pero con otros valores que hacen ser optimista de cara al renacimiento económico. Una España con los que protestan detenidos y los delincuentes fiscales indultados; con los corruptos perdonados y los jueces condenados; con nuevos complejos hoteleros en playas vírgenes; con prósperos y educativos negocios como el gran Eurovegas; un país, como siempre, de pícaros en el que hasta el campeón del mundo hace trampas para sacarse el carnet.
No sé cuándo y a dónde llegaremos, pero de momento me parece que estamos equivovando de nuevo el modelo productivo. Si es que la crisis no era ni de deuda ni de confianza, era una crisis de valores.
Como dice Galeano: "Vamos directos al desastre, sí, pero en qué cochazos"
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