Mi problema es el chicle. Hasta ahí llego bastante bien, soy incluso excesivamente meticuloso, arranco alguna etiqueta plástica de las cajas de cartón y retiro todos los tapones a las botellas, pero el chicle me rompe los esquemas porque debería ir al compós como alimento que es, pero tratándose de plástico encajaría mejor en el amarillo, aunque quiero pensar que los chicles no se reciclan... no sé y no encuentro a nadie que me haga saber. He mirado también en las súper ecológicas y modernas papeleras del aeropuerto y tampoco me sacan de dudas; es verdad que están bien diseñadas, pero como juguetes de bebé, para que intentes meter las fichas de colores por cada uno de los agujeros triangulares, porque como herramienta de reciclaje no termino de hacerme con ellas. Más que nada porque cada vez que voy a tirar algo tengo que mirar los dibujitos cubistas de cada hueco y dilucidar cuál me toca, y puedo aseguraros que el chicle no viene pintado.
Lo malo del reciclaje tan selectivo no es concienciar al ciudadano de su importancia para nuestro planeta, sino convencerle de que lo que está haciendo forma parte de una enorme y bien engrasada cadena de civismo en la que no puede fallar ni una sola pieza, para así poder entregar un mundo mejor a nuestros hijos. Lo malo es que esto, que suena tan bonito, depende de unos eslabones muy frágiles en países segundomundistas como el nuestro. Y que falle el eslabón inicial, el del ciudadano, ya sea por desconocimiento o por falta de conciencia ecológica, es criticable, pero que falle el siguiente engranaje, el de la administración, es imperdonable.
¿Por qué lo digo? porque un día vi en el aeropuerto como una señorita llegaba con un cubo de basura en un carrito y vaciaba indiscriminadamente las papeleras, mezclando papeles con pilas, latas, plásticos y por supuesto chicles. Esa misma práctica creo que es la que hace cada mañana el camión que pasa por mi calle; antes pasaban dos, pero ahora sólo uno que recoge los dos contenedores. Yo, que soy muy inocente, pienso que dentro del camión hay sensores que distinguen el color de las bolsas, aunque fijándome en el mecanismo, no termino de entenderlo.
Y la guinda me la han puesto hoy en un punto limpio, donde no me han dejado entrar a llevar unos muebles porque iba en una furgoneta del trabajo y, según el operario, no pueden entrar vehículos rotulados porque es un servicio para particulares. No creo que la normativa sea tan precisa y distinga a los particulares por los rótulos. He entendido ese argumento, pero no muy bien la sugerencia posterior: "Llévelo directamente al vertedero que es donde llevamos nosotros todo esto". Casi me da un síncope, pero luego me he tranquilizado al recordar que nuestra alcaldesa fue concejala de medio ambiente y además se llama Botella.
Con esto no quiero desanimar a nadie en esa ejemplar y entretenida tarea del reciclaje, aunque yo, a partir de ahora, el chicle me lo trago.
Y ¿porque no los reciclas tu mismo?. Al de menta unas hojitas de menta y pa dentro, al de fresa una gotitas de esencia y pa dentro....
ResponderEliminarEl chicle es fácil: donde tires los neumáticos de los coches, motos y demás vehículos.....normalmente es caucho, no plástico.....así que ya lo tienes resuelto ¿no?
ResponderEliminarY los pañales con regalo en qué cubo van????? Tienen papel, plástico y materia orgánica, ruego al señor químico que me aclare la cuestión.
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