Esta semana he comprobado una vez más lo que hace tiempo sospechaba, la capacidad del ser humano para exagerar y lo que nos gusta contar chismes y más aún si son truculentos.
La noticia del robo en la casa del pueblo me llegó a través de Asun, una de las dos personas que viven allí, una mujer de más de noventa años. Sus palabras textuales fueron: Montse, te tengo que dar un disgusto, han entrado en tu casa, te han destrozado las puertas y hay hasta muebles tirados por la calle. Viendo la imagen dantesca de mi casa destrozada, encontrar que sólo faltaba una vieja moto y un DVD me ha parecido poca cosa y nos lo hemos tomado con mucha filosofía. Mientras llegábamos al pueblo recibí varias llamadas de otros vecinos dándome más detalles escabrosos del robo, información de la que no sé ni la procedencia, ni soy capaz de sacar conclusiones. Seguramente el miedo de los vecinos por si sus casas hubieran sufrido la misma suerte que la nuestra, hace que la fatalidad y la imaginación se disparen.
Al día siguiente del robo recibimos otra llamada de un vecino que nos cuenta que el mismo día que entraron en casa también robaron en un pueblo cercano, entrando en nueve casas y causando un gran destrozo. Entre otras cosas nos detallan que han arrasado el ayuntamiento y se han llevado hasta partidas de nacimiento. No contentos con eso, han matado al perro del alcalde, un galgo que tenía en el patio.
Casualidades de la vida, al rato hablamos con nuestro pastor meditador que desde su casa y acompañado por su amigo Samuel, que vive en el otro pueblo víctima de los chorizos, escucha atónito la crónica que Diego le hace de los sucesos. Se parten de risa y con mucha guasa nos contestan que el que mató al perro debió ser el mismo que tiró a la calle nuestros muebles.
Al final Samuel nos cuenta que sí, han entrado en dos casas, el ayuntamiento de donde se han llevado una moto sierra y nada mas. Ni partidas de nacimiento ni nada. Y el galgo andaba esta misma mañana zascandileando por el pueblo.
En fin, esto me ha recordado el juego del telegrama o el teléfono escacharrado, donde cualquier comentario se va distorsionando y termina por no parecerse nada a la realidad.
Lo que no entiendo es por qué lo que se añade es siempre malo, malo, malo. Que morbosos y mal pensados somos. No os creáis nunca los rumores, sobre todo si son malos.
Es como la del pescador, que cada día que pasa el pez que sacó del agua engorda por arte de magia. Mi santo sin ir más lejos parece haber pescado atunes de tamaño sobrenatural pasados tan solo unos meses....Y encima como tiraban los jodíos...
ResponderEliminarY cuando son buenos también se exageran, sobre todo si con eso se puede sembrar la envidia. Así que exageramos lo bueno y lo malo con tal de hacer cundir el malestar y el desasosiego. Son ganas de no saber estar en paz y no querer que los demás lo estén. (¿Cómo .... se publica ésto? Va como Anónimo. Por favor que alguien me explique lo de "comentar como")
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