Los que somos aparentemente tranquilos de puertas a fuera, somos muy moviditos de labios a dentro. La procesión va por dentro, eso dicen. Lo que no imaginan es la marchilla que lleva la maldita procesión. Vaya nochecitas que se pega uno, cuando el coco se queda enganchado en algún estúpido problema o simplemente cuando se te queda pegada una canción, como disco rayado, toda la noche. Y peor todavía es cuando uno es bruxista, lo cual no significa que te guste Bruce, sino que te pasas la noche apretando los dientes con una fuerza tan salvaje que te levantas con la dentadura agotada.
Es un trastorno de origen nervioso cuyo único tratamiento es el uso de un protector dental, como el de los boxeadores, para dormir. Una buena solución de la que pasas a ser esclavo de por vida. Lo jodido es cuando te vas de viaje y te lo olvidas; tienes varias opciones: recorrer la ciudad en busca de una tienda de complementos para boxeadores, diseñarte un artilugio con juguetes de goma espuma de tu hijo o hacer lo que hice yo ayer. Desde hace quince años llevo siempre en mi mochila de cámaras un chupete; es un amuleto que me recuerda a los peques y que nunca pensé que iba a usar yo mismo. Pues sí, ayer dormí con el chupete en la boca, ante las carcajadas de mi hijo Lucio, que estaba en la cama de al lado del hotel. Aguanté más o menos una hora, pero el sistema no funcionaba porque los muy idiotas lo diseñan para las bocas pequeñas de los niños y a los mayores, cuando lo usamos, se nos cae cuando nos quedamos dormidos. Empezaron entonces a rechinar mis dientes y salté de la cama para buscar una solución en el baño. Encontré una compresa, limpia, en un kit de esos de los hoteles y me diseñé un apaño que sirvió para otra horita. El utensilio funcionó y frenó el rozamiento de mis dientes, pero puedo dar fe de que la publicidad de compresas es cierta: son realmente absorbentes. Con la boca totalmente seca y muerto de sueño volví al baño para resolver mi problema con una pequeña almohadilla de las que quitan el maquillaje. No es muy cómodo, corres el riesgo de tragártela, sabe a gasa, pero te permite dormir unas horas y seguir teniendo dientes a la mañana siguiente.
Otro día os contaré lo que le pasó a mi padre cuando en lugar de pasta de dientes se cepilló con adhesivo para dentaduras postizas.
Se supone que cuando uno se va de vacaciones es para desconectar ¿no?
ResponderEliminarPero que narices, la pregunta es ¿qué hace este tio de vacaciones un 9 de Mayo? ¿ de que va a desconectar, Luis?. Solo nos queda el sueño de que cuando seamos tan mayores como él, podamos vivir así de bien.
EliminarYa lo se.......no duerme porque le reMUERDE la conciencia, y bien reMORDIDA que hasta necesita un aparato...........¿o será un funcionario de esos que se dice que no trabajan.......o un político?....ah, no, si funcionario soy yo.
EliminarMe llamo Matilde y yo también soy bruxista. Después de esta confesión a lo AA (Alcohólicos Anonimos),reconozco que yo antes me dejo en casa a mi hija que el aparatito en cuestión. Es cierto se convierte en una necesidad para poder dormir. Alguien con una mente calenturienta debió diseñarlo y hacer que fuésemos esclavo de él. Porca miseria...
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