Casi a diario me acuerdo de Ainhoa, Enric y Rossella. No les conozco personalmente pero sé que son gente muy cercana, que trabaja y vive por la causa saharaui. En ese sentido, mi solidaridad es total porque muchas veces he pensado que eso mismo me hubiera podido pasar a mí. Llevan seis meses secuestrados en algún inhóspito zulo en mitad del desierto de Mali o Mauritania.
Nadie sabe nada de ellos o mejor dicho nadie habla del tema porque las propias autoridades, por no entorpecer las negociaciones con los secuestradores, piden prudencia a los medios informativos (este blog de escasa audiencia no es considerado tal). Cuando volvíamos del Sahara Marathon se difundió el rumor y se publicó que Rossella Urru había sido liberada y luego resultó ser falso e incluso hubo quien pensó que la publicación de la noticia había perjudicado. A mí me preguntan muchos amigos por el tema y no sé qué contestar, con lo cual me limito a decir lo que imagino. Supongo que se están llevando negociaciones con mucha cautela, como es lógico cuando se trata con delincuentes de este tipo. También intuyo que han tenido muy mala suerte con una serie de acontecimientos que han retrasado su liberación; en primer lugar con las elecciones en España, el cambio de Gobierno, de interlocutores y de forma de actuar ante secuestros de este tipo; después por el golpe de Estado en Mali seguido del levantamiento de los Tuaregs del norte hasta proclamar el Estado de Azawad. Todos esos movimientos han creado inestabilidad que dificulta el proceso.
Mientras, imagino el calvario de sus familias, que tendrán algo más de información, pero vivirán con la angustia permanente y los dedos cruzados para que no haya un mal desenlace. A su vez trato de imaginar la vida que llevan ellos en su "prisión", vigilados día y noche, en condiciones inhumanas y con la desesperación que provoca el largo paso del tiempo. Seis meses dan para mucho, para estar enfermo, para pasar frío, para pasar calor, para tener esperanza, para deprimirte, para aburrirte, para evadirte y sobre todo para pasar mucho miedo. Mi esperanza es que realmente no lo estén pasando muy mal, que les dejen estar juntos y poder hablar, que los secuestradores, a pesar de su lamentable papel, sean por lo menos un poquito humanos y que todo lo que están viviendo pronto lo puedan contar a sus familiares y amigos como una mala experiencia, un mal sueño.
Y sirvan estas mismas palabras de solidaridad para las familias de Montserrat y Blanca, las cooperantes de MSF que siguen retenidas en Kenia. Poco podemos hacer nosotros desde aquí, pero qué menos que este apoyo testimonial o moral.
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