Por ese mismo motivo tampoco ha subido en un avión en su vida. Le entiendo y en buena parte comparto su angustia. Porque en la peor de mis pesadillas trato de escapar a gatas de un laberinto oscuro por un interminable túnel lleno de recovecos. Y porque tampoco me gustan los aviones.
Un ejemplo, ayer teníamos una reunión en Lisboa. Facilito, madrugón, salida a las siete de la mañana, llegada a la una a Portugal, reunión, comida y regreso, con cenita en el camino, y entrada en casa a las dos de la madrugada. Una delicia. Ya sé que pensáis que estoy loco, pero no; muchos son los argumentos a favor: íbamos tres y nos sale más barato; iba con mis socios y aprovechamos para hablar todo lo que no hablamos en meses; ves los campos de Extremadura en primavera; te evitas la tensión de la noche previa pensando que te vas a subir en el hierro con alas; tienes coche para moverte por Lisboa y que te piten por llevar matrícula española; tienes flexibilidad de horario; si te matas lo haces de forma individual, personalizada, y no mezclado con otros doscientos y pico... Y además me gusta conducir.
Joder que si me gusta. Quienes han viajado conmigo saben que no comparto volante ni con el mismísimo Schumacher. Con Ferpo y Chuso he viajado por toda España, he ido a París, a Suiza, a Italia y siempre he conducido hasta el carrito de las maletas del hotel. Por eso ayer, de madrugada, ya llegando a Madrid, Fernando me bromeaba: "Chaval, que sepas que la venganza va a ser dura, cuando la palmes te juro que voy a alquilar el coche fúnebre con la condición de que me dejen conducirlo y antes de dejarte por ahí tirado, vamos a dar una cuantas curvitas para desquitarnos de todos estos años". La verdad es que me divierte el plan, aunque me da un poco de claustrofobia el ataúd.
Y yo le propongo que de un par de vueltas por el Bernabeu y otro par por la cibeles haciendo sonar el pi.pi.pipipi.pipipi.pipi¡¡¡¡¡
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