Como os impresionó mi foto con el cuñado de Iñaki, os voy a hablar de mis otras amistades.
Hace unos años, uno tenía los amigos que tenía, los del cole, los del trabajo, los del barrio, los de casualidad. La palabra amigo se refería a un elemento contable, no de profesión, sino de cantidad; si lo pensabas bien podías llegar a saber cuántos amigos tenías. Ahora la cosa ha cambiado, la globalización, el mundo virtual, las redes sociales y la madre que parió a Bill Gates nos han complicado mucho más el concepto amistad. Por ejemplo, yo, se supone que tengo 325 amigos en Facebook y que me siguen 157 personas en mi Twitter personal. Soy un tipo con suerte, nunca pensé que iba a conseguir tantos amigos con este carácter tan agrio que de vez en cuando tengo. Además hay algo que me hace sentirme todavía más feliz, que es que muy buena parte de mis amigos reales no están en ninguno de esos dos grupos. También tengo que decir que soy bastante selectivo admitiendo amigos y si no los conozco o tengo referencias directas de algún amigo, no suelo aceptar nuevos contactos.
Sin embargo, mi pozo en un gozo, el otro día me puse a revisar ambas listas y caí en una profunda depresión. Entre los 325 hay muchos que no sé si son rubios o morenos, que no he visto nunca jamás, que no sé de dónde han salido y con quienes me une un estrechíiiisimo hilo de "amistad", por ser generoso. En el caso de twitter el asunto es más grave, pues como yo no tengo el derecho a admitir o rechazar a mis seguidores, me encuentro con una serie de gente que lee mis soplapolleces que no sé con qué objetivo se han hecho seguidores míos. Algunos son por asuntos profesionales, otros por cuestión ideológica, también hay varios del Sahara, pero lo preocupante es que me sigan algunos con extraños fines; chicas o chicos con nombres sugerentes, aficiones perversas y aspecto provocador... No sé que habrán visto en mí.
El nivel avanzado en cuestión de amistad es ya la persona que tiene tu e-mail y asiduamente te escribe contándote cómo le van las cosas. Aunque ya hace unos meses que nos volvimos de San Francisco, todavía hay varios amigos con los que seguimos escribiéndonos. Pero los que más lo hacen son los chicos de Revolution Books, una simpática tiendecita de Berkeley, reducto del Partido Comunista americano, que me manda todas sus convocatorias. No son grandes amigos, aunque no me importaría porque eran unos tipos muy interesantes y con más moral que el Alcoyano. El otro se llama Barack Obama y me escribe un par de veces por semana para contarme sus planes, sus propuestas y pedirme algo. Por gracia dejé mi nombre y mi e-mail en una mesa de captación de voluntarios en Mission y desde entonces recibo sus mails. Tengo que reconocer que me hace ilusión cada vez que me escribe, pero en honor de la verdad hay que decir que también me cabreo mucho cuando leo el contenido: sólo me escribe para pedir pasta, siempre igual, que si tres dólares, que si la voluntad, que si con 100 euros puedo optar a cenar con él... No me gustan esos amigos que sólo te quieren por tu dinero.
Puajajajajaja, te codeas con el Principito, te carteas con Obama, quien te ha visto y quien te ve...
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