Cuando te vas de viaje durante unos días, aunque hagas todo lo posible por desconectar, siempre hay alguien capaz de localizarte, de romper el bloqueo y de salpicarte todos los malos rollitos que pueda. Es ley de vida, el que se ha quedado tiene necesidad de hacerte saber lo mal que lo está pasando mientras tú disfrutas del viaje. Nunca llama nadie para decirte lo bien que van las cosas y lo poco que se nota tu ausencia. Que hemos perdido el concurso tan importante en el que estábamos trabajando, que nuestro principal cliente está muy disgustado, que soy la tutora de su hijo y le voy a suspender, que han llamado del banco porque la cuenta está en descubierto, que tienes un montón de mails sin contestar, que si tu equipo ha vuelto a perder... Si se da el caso de que tú estás en la playa tomando el sol, te acuerdas de sus muertos, pero te quedas con los "marrones" merodeando por tu mente.
En el Sahara es distinto. No siempre hay cobertura y no todos los mensajes y llamadas consiguen llegar al terminal. Pero sobre todo, lo que no consiguen es llegar a tu subconsciente. Mucho antes de que el "marrón" consiga agobiarte o quitarte el sueño, hay un proceso de autoprotección natural que lo impide. Según suena el móvil miras a tu alrededor y ya sabes que, por grave que sea lo que te van a contar, siempre será una bobada frente a la realidad que te rodea. Si ves que en casa de Dumaha hay ducha desde ayer, porque se la instaló David, o que llevaban varios meses sin luz por la noche porque la placa solar no recargaba, entiendes que el orden de prioridades allí es bien distinto.
Como decía el gran cantautor Quintín Cabrera: "Qué vida más diferente la mía y la suya..." Qué problemas más diferentes. Ella tiene al marido reclutado en el ejercito porque hay un plan de seguridad especial tras los secuestros; ella tiene cinco hijos y sólo uno está trabajando; ella tiene a sus sobrinos viviendo en casa porque su hermana se ha ido a pastorear al desierto; ella perdió un hijo que murió de sed en el desierto; ella vivirá el resto del año con el dinero que le hemos dejado y la escasa ayuda internacional que les llega; ella tiene un catarro crónico por el frío de la noche en el desierto; ella, por no tener, no tiene ni país. Y en cambio, sonríe, es feliz y generosa. No tiene banco, ni clientes, ni concursos, ni mails, ni telediario en el que oír calamidades. Ella no habla de crisis, ni de mercados, ni de recortes y duerme tranquila y se levanta contenta y corre a comprar un poco de carne de camello para agasajar a sus invitados y no se queja ni de su vida ni de sus marrones y prepara el te y prepara el te y prepara el te.
Por eso cada vez que cruzamos el Mediterráneo y regresamos desde Tindouf, volvemos a medias, nos traemos el cuerpo sucio y agotado, pero dejamos allí nuestra cabeza, que se resiste a aceptar esta tontería que nos rodea y a vivir en esta sociedad injusta que nos atormenta con marrones que no son marrones ni na... No pasan de rosita pálido.
PD: El tipo feo que sale en la foto... soy yo.
Te aseguro que no duerme tranquila, tiene que pensar en como estirar al máximo ese dinero que le dejas, qué dar de comer a toda la prole, y de donde sacarlo, si todos volverán a casa al final de la jornada o de la semana sanos y salvos. Si habrá azúcar para el té. Las preocupaciones están allí, en la cabeza de todos, lo que pasa es que quizás ella sabe mirar a la vida de otra manera, y su escala de valores está con toda seguridad mucho mejor montada que la de cualquier "occidental".
ResponderEliminarEcho de menos a mi otra familia... la Saharaui
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