Futbolista, profesor, cocinero, chófer, mánager, consejero, mecánico... Todas estas y alguna más son las profesiones que uno tiene que ejercer a diario si quiere triunfar en su carrera como padre (o madre). Es bonito, pero agotador y más aun cuando son tres tus contrincantes y tienes que marcar en zona porque al hombre siempre hay uno que se te escapa.
Recuerdo cuando eran muy pequeñitos, apenas bebés, y una psicóloga amiga nos decía que lo único realmente importante era darles cariño. Por aquel entonces el cariño iba mezclado con papillas malolientes y plastas empaquetadas; ahora el cariño se mantiene, pero aderezado con otros condimentos típicos de la adolescencia y la pubertad. Me refiero al "todolosepo", al repertorio de tacos en varios idiomas, a las malas influencias digitales y a cierta rebeldía por la que hemos pasado todos. Qué trabajo da esto de ser padres y que difícil es saber si te quedas corto o te pasas three villages.
Uno actúa siempre con miedo y cautela, pero intentando hacer feliz al chaval sin desviar su correcta educación, esa imaginaria línea que los padres tenemos en la cabeza para que nuestro hijo sea buen estudiante sin ser empollón, majete sin ser un jeta, amable sin ser pelota, salado sin ser grosero, buena persona sin ser tonto, espabilao sin ser un cara dura, hippie sin ser un fumeta, badboy sin piercing, pijo sin Lacoste, chulo sin chulería y humilde sin humillarse. Y claro, les volvemos locos, les dejamos montar en moto pero sin correr mucho, les hacemos un alegato pacifista contra las armas y les llevamos al paintball a disfrutar como enanos disparándose, les decimos que el alcohol y el tabaco son malos pero nuestra casa es cada fin de semana un saloon del farwest.
Y el resultado es que vamos a un restaurante oriental y Lucio le dice a la camarera en perfecto chino que se calle. Que vuelves a casa y te cruzas por la calle con el mayor, en bici, cargado con pala y azada para construir más y más saltos en los que romperse la crisma. Y ya en casita encuentras al tercero con una peluca y unas almohadas en el pecho para hacerse pasar por chica en algún extraño juego virtual de internet. Y en eso tu mujer te grita desde el dormitorio "ponte a estudiar lengua con el niño, pregúntale" y le quitas la peluca y las tetonas, sacas el libro y le preguntas cuáles son los verbos copulativos y te contesta: "ser, estar o parecer". Y te quedas dudando y buscando en el libro porque tú hubieras contestado: "follar, joder, fornicar, procrear, zumbar, aparear, meter, mojar, cepillar, beneficiar, enchufar... y alguno más". Y te vas a dormir después de otro día más como profesional de la paternidad sin estar seguro de haberlo hecho bien. Y alguno dirá: no te quejes tanto, que tienes tres joyas y si no, haberlo pensado antes de conjugar los verbos copulativos.
Inmejorable e irrepetible. Creo que es de las mejores entradas del blog. Excelente!! Como me identifico...
ResponderEliminarJajajaja....me parto. Es buenísima la entrada. Tienes toda la razòn, que dificil es y tambien es verdad que con la lengua me escaquéo siempre que puedo, no la puedo soportar. Yo creo que lo estas haciendo muy bien, tienes una paciencia y buen humor que ya quisieramos muchos cuando nos enfrentamos a los chicos.
ResponderEliminarMuy bueno si señor.Y tienes razón en todo los que dices, desde que siempre intentamos sacar lo mejor de ellos sin que se pasen de nada, hasta que tienes tres joyas. Aunque yo haria un matiz: la cuñaaa no grita ¡¡¡
ResponderEliminarPUAJAJAJAJAJAJA, Eso nos pasa por CAMBOLLEAR, verbo también copulativo...
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