Tengo un amigo saharaui que... Miento, tengo muchísimos amigos saharauis, pero uno de ellos me hizo ayer un comentario demoledor por su realismo y por su falta de esperanza. Echando un vistazo a las primeras hojas de un periódico balbuceó: "Y nosotros nos creemos que alguien nos va a ayudar... Estamos listos." No es normal ver a un saharaui escéptico, de hecho es casi un pecado entre los seguidores de la causa de este pueblo. Dar un síntoma de flaqueza es condenado a veces hasta con insultos por considerarse una muestra de debilidad y aceptación de la opresión marroquí. Pero mi colega tenía razón. Estaba leyendo las noticias de Siria, con centenares de muertos diarios ante la más absoluta pasividad de la comunidad y las instituciones internacionales. A continuación encontraba información de una nueva escalada violenta en Gaza y ante la espeluznante foto del joven periodista palestino con su hijo muerto en brazos, decía con los ojos llorosos: "Y nosotros nos quejamos... No tenemos país, no tenemos derechos, no tenemos de nada, pero estamos mejor que estos".
No penséis que estaba dando su brazo a torcer, ni siendo conformista con el status quo que oprime a su pueblo, simplemente estaba echando mano del sentido común para deducir que si nadie hacía nada por evitar matanzas diarias y crímenes contra la humanidad, difícilmente alguien iba a levantar la voz más de la cuenta para tensar la cuerda de un conflicto que languidece adormilado por la maquiavélica diplomacia marroquí y la cobardía española.
Mi amigo es un tipo muy inteligente y más de una vez le he oído argumentos similares, porque sabe que la solución de este asunto puede ser todavía muy lenta, puede depender de una democratización verdadera de Marruecos y de una normalización de las relaciones entre los países del Magreb (Argelia y Marruecos, sobre todo). A veces le sale la vena juvenil y con esa fortaleza que te da saberte con el respaldo de la verdad, se suma a los llamamientos de los más desmoralizados, que proponen retornar a las armas, pero rápidamente recobra la sensatez y reconoce que esa medida sólo serviría para borrarles del mapa definitivamente. Otras veces, cansado de dar vueltas alrededor del mismo círculo, plantea que hay que romper con todo, que hay que ser creativo, que hay que buscar nuevas soluciones, y juntos hablamos de buscarlas.
Al final siempre encontramos un argumento para no caer en derrotista desidia. Nos convencemos de que cualquier injusticia debe ser resuelta, independientemente de que haya otras mayores o más urgentes. Pero sobre todo hay un argumento que te impide caer en la desmotivación: el permanente recuerdo de esas familias amigas que nos esperan en medio del desierto, pensando todavía, que vamos a hacer algo por ellos. Y lo seguiremos intentando, hasta que otra salvajada de la raza humana nos vuelva a nublar la vista.
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