Estoy en el centro geográfico de España, la Puerta del Sol. Ya he escrito muchas veces de ella, me encanta pasear por este barrio y hoy lo he disfrutado, como tantas veces, pero con creciente preocupación y sin cerrar ni un momento la boca.
A la entrada, manifestación de los damnificados de las preferentes de Bankia, mucho "yayo-flauta" indignado porque le han tocado el bolsillo y pancarta de "Bankia roba a los ancianos". A diez metros dos chaperos discuten con otro yayo sobre algún otro asunto de flautas. Extrañados les miran Bob Esponja y Micky Mousse, mientras Pluto le grita a una japonesa que le ha hecho una foto sin pasar por caja. En silencio son observados por dos generosos y corpulentos donantes recostados tras el cristal del autobús de recogida de sangre. Son tiempos de solidaridad y protesta, una mezcla que suele combinar bien. La boca del Metro escupe batas blancas que llegan a borbotones para una nueva manifa: "La sanidad no se vende, la sanidad se defiende". El oso no consigue subirse al madroño. Los edificios se tiñen de azul intermitente, entran dos lecheras de los municipales por Montera y Mayor; decenas de subsaharianos, así es como se llama a los negros oscuros, tiran de sus mantas para recoger los bolsos, deuvedes, pañuelos y demás imitaciones y se convierten en errantes hombres del saco a la espera de otro momento de calma. Un manco agita con su boca el vaso con monedas; la gente le esquiva, no le ve.
Un buen hombre, con cara de buen hombre, hace sonar las copas con sus dedos haciendo música delicada. Una coja remanga su pantalón para enseñar las piernas ortopédicas; la gente no la ve pero se aparta para no tropezarse. Un indio hace sonar el insoportable sonajero que te recuerda el escenario festivo que es esta plaza, pero ya hay que ser masoca para comprarle el maldito pito a tu hijo. Otro indio lanza al cielo el helicóptero fosforito azul, mosqueando cada vez a los negritos de las mantas que se creen que vuelve la pasma. Si se cruza una vaca, juro que estoy en Delhi. Si sale una serpiente de un cesto, aseguro que es Marrakech. Doscientas dieciséis personas hacen cola delante de Doña Manolita. Catorce loteras venden cupones fuera de la administración, que es el nombre que reciben las tiendas de lotería, pero te cobran dos euros de más. Merecen la pena dos horas de cola por dos euros. Sí. Noventa y ocho republicanos de manifiestan por la recuperación de la memoria histórica, agitan al viento la tricolor y reivindican causas muy justas. Nadie les mira. Compro oro, vendo oro. Cuatro monjas pasean sonrientes, dos son negras pero no llevan manta. Menú barato, dos platos y postre por 7 euros. Dos pseudobudistas rezan desafiando a la gravedad ante las cámaras de los móviles de los turistas. No entiendo bien como flota uno sobre el otro, pero flota. Una marketiniana predicadora explica a gritos con su pizarra las bondades de Dios. ¡Dios mío! Cómo huele La Mallorquina. Rusos y ludópatas se dejan los cuartos en las máquinas del Póker. La Mariblanca, dónde coño está la Mariblanca. El kilómetro cero es pisoteado. En casa de Espe no está Espe, ¡qué gozada!
Compro oro, vendo oro. En la entrada de El Corte Inglés, una amable azafata me intenta echar perfume Cartier en la mano... ¡Que te folle un pez! Un inglés borracho se juega el tipo dando tumbos por la acera, vestido de Messi. Las pitrukis de Montera intentan hacérselo con el argentino. Son las nueve en punto pero las campanas no se oyen desde abajo. En Nochevieja les ponen un micro. Y otro a la Igartubiri. Hace frío. Cierro la boca y los ojos.
Spain is pain...
Vamos que te has dado un paseo por el centro con los ojos de ver y te has dejado en casa los de mirar. Y el batiburrillo que describes es el resultado de una sociedad cada vez más libre y multicultural. Deberíamos salir a la calle y tomarla para celebrarlo.
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