jueves, 28 de noviembre de 2013

¿DÓNDE ME SIENTO YO?

Mi pobre madre no entendía demasiado bien a qué me dedicaba yo y mucho menos lo comprendería si me viese en algunos momentos puntuales, aquellos, muchos, en los que la labor de un "eventero" es más parecida a la de un acomodador. Sí, así es, durante la semana pasada, mi vida y la de muchos compañeros de trabajo, pasó a ser la de un vulgar, aunque respetable, acomodador.
Creeréis que es mentira, pero el ser humano en general y el español en particular, tiene como principal inquietud vital saber dónde se va a sentar. Lo de comer, trabajar, estudiar o follar queda siempre en un segundo plano ante la angustiosa sensación de llegar a un acto, una gala, una cena, sin saber dónde te vas a sentar y si tus rivales de trabajo o tus enemigos políticos o algún ser inferior ocupa una silla mejor que la tuya.
No os podéis siquiera imaginar hasta dónde llega la estupidez del homo sapiens. Sirva como ejemplo el último de los grandes eventos que hemos organizado, un complejo acto lleno de personalidades y con unos requerimientos técnicos difíciles y un espacio escaso para la magnitud del acto. Resumiendo, se trataba de un tinglado bastante complicado, pero todas las dificultades quedaron en nada comparadas con los quebraderos de cabeza provocados por el deporte más competitivo que existe: el sitting.
Los importantes se rodean de sus estúpidos y presuntuosos gabinetes de protocolo que tienen que justificar su sueldo poniendo pegas: "mi presidente no puede sentarse detrás de nadie... mi presidente no puede estar al lado de Mengano... mi presidente no, mi presidente no, mi presidente no..." Y claro, los intereses de ese cretino chocan con los del mequetrefe que llega después a sentar a su "Vicealgo": "Mi vicealgo no puede sentarse aquí... mi vicealgo es más importante que su presidente... mi vicealgo no se sienta delante de Zutano...".
Pero peor que eso son los del siguiente escalón, los que no son importantes, pero se lo creen. Son los que llevan coderas porque desgastan todas las chaquetas en sus fratricidas guerras, esos para quienes nada importa el resultado del acto y sí se cumplen o no los objetivos marcados por la empresa o la institución; aquellos que no ven más allá de su propio ego, su jodida envidia y su deseo de que el rival profesional se caiga de bruces y se rompa la crisma y el esternón. Con esos, yo simplemente me río y con mi linterna de acomodador apagada escucho sus sabios argumentos: "Como es posible que el jefe de marketing esté en segunda fila y yo que soy gerente de operaciones, esté en cuarta, al mismo nivel que el supervisor de cuentas, el jefe de compras y el controler financiero. Esto no se va a quedar así". O los que acabado el evento se te acercan y en lugar de felicitarte, te dicen: "Muy mal, porque todavía no entiendo por qué me habéis sentado tan atrás".
Semos asín, un país de egos, de putos egos, de gente que no ve más allá de su ombligo, donde todos nos creemos el centro del mundo y a cada uno sólo le importa hablar de su libro. Que bien nos representaba Umbral con su frase.

domingo, 24 de noviembre de 2013

DIEZ PLAYAS PARA ALUCINAR

Leí este espectacular titular en un periódico al comenzar el verano, y de cabeza me tiré a leerlo. Son interesantes reportajes en serie, que van haciendo sobre distintos temas y que con esos títulos enganchan mucho a los lectores. Ahora, además, lo pueden comprobar a través de sus páginas de internet y los medidores que indican cuáles son las noticias o reportajes más leídos o por lo menos, pinchados. Este artículo en cuestión se refería, como bien anunciaba, a algunas de las playas más flipantes de nuestra geografía, a calas pequeñitas, de difícil acceso, que nadie conoce y tienen un encanto especial. Así se supone que eran, hasta que llegó este brillante periodista, escribió su bonito reportaje y a cambio de su minuto de gloria convirtió esos paradisiacos parajes en algo similar a la estación de Metro de Sol. Perdón, de Vodafone Sol. El periódico ofrece un buen contenido a sus lectores, el periodista, que se ha marcado un viajecito de envidia, se cuelga su medallita y la pobre playa pierde de un plumazo la gran mayoría de esos encantos que se describían en el reportaje.
En el pueblo al que vamos los fines de semana (que en esta entrada no voy a mencionar), situado en un espectacular valle y con una atmósfera que transmite calma y bienestar, nos ocurre exactamente lo mismo. De repente hay un fin de semana que no paran de llegar coches, que entran, gritan debajo de las buitreras, tiran una bolsa de patatas al suelo y se marchan. Cuando nos preguntamos entre los vecinos el por qué de tanto trasiego, siempre hay alguno que nos saca de dudas: Es que ha salido el pueblo en El viajero de El País o en el especial de El Mundo o en no sé que programa de televisión. Entre los vecinos hay un locutor de radio y muchas veces le he escuchado hablar del pueblo en la radio, pero sin decir nunca el nombre ni dónde está.
No quiero con esto decir que la gente no tenga derecho a ir a nuestro pueblo o a las calas más recónditas, los rincones más especiales de las ciudades o los burdeles más limpios de la periferia, pero que venga el que de verdad tiene interés, no el que se acoge de manera indiscriminada al efecto llamada.
Ahora ha vuelto a crecer el tráfico de acceso al valle y no sabíamos muy bien el motivo, hasta que hemos descubierto una nueva señal en la carretera general. La clásica señal de vistas panorámicas con la imagen de una cámara de fotos antigua. De este mes no pasa... Parecerá un accidente.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

EL MENDIGO

Ayer viajé en Metro. Anoche dormí mal. Lo uno no es consecuencia de lo otro o sí. Reconozco que no soy fiel usuario del transporte público, porque vivo en las afueras, trabajo en Alcobendas y soy bastante vaguete. Pero ayer iba a un concierto al centro y no podía llegar tarde, así que aseguré con el Metro. Debería cogerlo más, es rápido, eficaz y una muy buena terapia para esa radiografía social que tanto me gusta hacer. Sin embargo, ayer me provocó un estado de inquietud y ansiedad que me impidió disfrutar del concierto y conciliar el sueño luego en casa; de hecho todavía estoy algo alterado.
Cuando iba charlando con mi hermano, entró en el vagón un hombre de mediana edad con un cartel de cartón pidiendo limosna y con la voz quebrada mendigó: "Por favor ayúdenme, no tengo trabajo y necesito algo para dar de comer a mi hija". Como en todos estos casos, por muchos que haya y por mucho que nuestra mente se anestesie contra el dolor ajeno, el mensaje te encoje todas las vísceras. En este caso es todavía más estremecedor el silencio posterior, la enorme tensión que se expande por el vagón, la huida de las miradas refugiándose en móviles, libros o tablets. Nadie se atreve a abrir el bolsillo, ni siquiera a cruzar sus ojos con los del "sin techo", hay miedo a saltarse el guión, a hacer algo distinto a los demás y la colectividad, la masa, siempre ha sido un buen refugio, una genial excusa. Además hay quien dice que no es buena la caridad, que no arregla nada y que provoca que surjan más y más casos; no es mal argumento para quedarte tranquilo mientras el desafortunado elemento se va perdiendo por el pasillo hacia la cola del tren.
Sin embargo, aquel hombre al que no miré y no ayudé, amparado en la voluntad mayoritaria, se me incrustó en la retina y subió hasta la mismísima raíz de la conciencia. Ya he dicho que no le miré de frente, pero noté que él sí lo hacía y cuando pasó ante mí, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo: "¡Coño!, a este tío le conozco, creo que es un periodista que venía a las carreras y que hace tiempo que no veo", le dije a mi hermano. Cuando quise reaccionar, con una angustia enorme, intenté buscarle en los vagones siguientes, pero ya no estaba en el tren. Una vez en casa llamé a otros periodistas, indagué en internet e inicié un plan para ayudar a este chico, un tipo normal al que por algún motivo la vida se le había torcido. No podemos permitirlo. Por suerte, al rato llegué a la conclusión de que todo era producto de mi imaginación y que mi amigo mantenía su trabajo y su "posición social". A pesar de ello no dormí bien porque aunque pronto volveré a encontrarle en alguna rueda de prensa, la experiencia de la tarde-noche de ayer me permitió sentir de cerca el dolor y la incomprensión que un ser humano puede sentir y que los demás sólo apreciamos cuando esa cara sin afeitar, esos ojos hundidos por la depresión y esas manos rudas de frío pueden ser las de alguien cercano. Ahora me gustaría abrazar a mi amigo y también, con más fuerza, a su pobre doble. Su doble pobre.
PD. La foto no tiene nada que ver con la historia, pero refleja angustia ¿a qué sí?

domingo, 17 de noviembre de 2013

DIBUJOS ANIMADOS

Me pasó en verano, pero todavía me río cuando lo recuerdo. Mis hijos mayores jugaban a cosas de hijos mayores, vamos a lo mismo que hacen todos los chavales de su edad, es decir tiraban el móvil al aire y luego lo golpeaban con un bate de béisbol y se desternillaban al comprobar que el móvil salía ileso del golpe una y otra vez. Ni yo ni su madre nos dimos cuenta del estúpido juego hasta que empezaron a insultarse y amenazarse tras comprobar que en uno de los vuelos, el aparatito había volado demasiado alto y había caído en el canalón del tejado. La primera reacción, obvia, fue castigarles, regañarles, sermonearles, recordar a los niños de África y llamarles niños bobos, mimados y mal educados. Eso sí que fue como hacen todos los padres. Pero a continuación tuve que ponerme manos a la obra para recuperar el maldito cacharro antes que ver el angustioso espectáculo de los chicos gateando por el tejado.
Escalera de tres metros para asomarme a una claraboya, lanza telescópica de pintor con escobilla atada con cinta americana en el extremo para intentar barrer el canalón, frontal con linterna sobre la cabeza para intentar iluminar en la oscuridad, arnés casero para atarme a la ventana y evitar una defunción ridícula. Mi experiencia en el servicio militar por fin estaba sirviendo de algo y hasta creo que mis hijos empezaban a sentir cierta admiración por la destreza y valentía de su padre. La delicada operación se alargaba más de la cuenta porque el cacharro parecía engancharse en algún codo del canalillo y el bombero torero empezaba a ponerse nervioso. A ello también contribuía el pequeño Lucio que cada dos o tres minutos golpeaba la escalera desde abajo y decía: "Papá, puedes bajar un momento que te quiero enseñar una cosa..." Yo, sudando y cabreado, le gritaba una y otra vez: "Déjame en paz ahora, no ves que estoy liado y que me puedo caer..."
Los chicos desde abajo intentaban iluminar con otras linternas y orientarme para indicar dónde podía estar el puto móvil. Mi cabreo se multiplicaba por cada minuto que sumábamos al rescate y las posibilidades de encontrar al Samsung con vida eran casi nulas; pero lo peor de todo era la inoportunidad del peque pidiendo a cada momento que bajase: "Papá, que tengo una cosa para ti..." o "Papi, ven a mi cuarto que te vas a morir de risa" y luego "Papá deja ya de hacer el tonto en el tejado" Mi respuesta era cada vez más seca y amenazante porque no podía entender como un chavalín tan minúsculo pudiera ser tan sumamente pesado.
Agotado de pescar sin resultado, tiré la lanza, cerré la velux, recogí la escalera y me bajé dispuesto a montar un pollo explosivo, a no dejar títere con cabeza. Pero al bajar el último escalón y girarme, mi entrecejo fruncido se chocó con la carcajada de Lucio que me entregaba el móvil con una convincente explicación: "Papá, qué pesado eres, llevo dos horas diciéndote que bajes que tenía algo que enseñarte, es el móvil, que había caído en la terraza de mi cuarto." Quise matarle o besarle, pero sobre todo quería evaporarme, desaparecer de esa escena de dibujos animados tantas veces vista y nunca comprendida. No me molaba nada ser Homer Simpson.

jueves, 14 de noviembre de 2013

BASURA PRIVADA

Sacyr obtuvo un beneficio en la primera parte de este año de 103,9 millones de euros; OHL en el primer semestre ganó 148,3 millones; Ferrovial es el campeón de ganancias con 485 millones y los pobres de FCC que llevaban un tiempo sin beneficios, han pegado un pelotazo al vender el 8% a Bill Gates. Vaya, no parece que estén muy tocadas las que debían ser principales víctimas de la famosa burbuja, que ellos mismos y la administración habían hinchado.
No sé si os habéis fijado, pero esas son las cuatro empresas que tienen contrato con el ayuntamiento de Madrid como concesionarios de los servicios de recogida de basuras y limpieza de nuestra podrida capital. Esas son las cuatro empresas que amenazan con despedir, bajar los sueldos y recortar a diestro y siniestro los derechos de unos trabajadores que ya de por sí tienen uno de los trabajos peor pagados y más denigrantes de nuestra sociedad. De esa forma conseguirán rentabilizar el contrato, a pesar de las duras condiciones que ha impuesto el ayuntamiento en el último pliego. El resultado será que las cuentas del consistorio mejorarán porque seguirá cobrando el impuesto a los ciudadanos y cada vez pagará menos a las empresas y estas mejorarán cada año su beneficio, reduciendo costes de personal. Los dos ganan y que pierdan los trabajadores y los ciudadanos, de eso se trata. Es lo que se lleva.
La imagen es lamentable, el perjuicio a la ciudad mucho mayor de lo que cuantifican, el insulto a los vecinos no tiene nombre y la criminalización de los huelguistas es la vieja excusa para eludir responsabilidades (eso no quita que condene a los violentos y a los piquetes que impiden el cumplimiento de los servicios mínimos). Pero esto es lo que hemos comprado, esto es lo que la gran mayoría de los españoles defiende, el fruto del neoliberalismo privatizador. Lo público es malo, es comunista, lleva al deficit y la corrupción; lo privado es eficaz, es eficiente, es moderno y transparente. Síiiiiiiiiiiiii, ¡unos cataplines!
Lo ocurrido con la basura de Madrid es sólo un anticipo de lo que va a pasar con tanto servicio social privatizado, no os quepa ninguna duda. Las autopistas privadas no son rentables: ya está trabajando el gobierno para buscar fórmulas que les den dinero; las eléctricas no tienen bastantes ingresos: ya se crea una tasa para penalizar la energía solar; que el hospital de Soria no es rentable, pues se cierra o que venga el gobierno de turno a rescatarlo. Eso es la privatización, beneficio para las empresas y perdidas para el Estado, que ya se encarga de trasladar a los ciudadanos.
Esta es la basura de sistema que nos proponen y nos imponen. Pero no diremos nada, ni llevaremos nuestra bolsa de mierda delante del ayuntamiento, ni dejaremos de pagar nuestra tasa de recogida de residuos. Nos tratan como basura... Quizás lo seamos.

martes, 12 de noviembre de 2013

CINCUENTA TACOS



Coño, puta, cabrón, gilipollas, mendrugo, lerdo, capullo, zorra, bastardo, memo, mierda, ostia, leches, diantres, joder, cojones, huevos, chumi, caca, chocho, imbécil, idiota, tontolaba, forraboinas, mequetrefe, apollardao, jodio, recórcholis, pardiez, payaso, bobo, tontaina, pichafloja, malaje, cantamañanas, baboso, bobo, calzonazos, cipote, mentecato, zopenco, pajote, bujarrón, cornudo, pedo, cagada, mear, lefa, baboso, cenutrio, mastuerzo... ¡Cincuenta tacos!

PD. Ya sé que esperabais una entrada más profunda, pero yo hoy necesitaba rejuvenecer mi mente, volver a mi infancia... Soy así de tontopolla.

domingo, 10 de noviembre de 2013

El OKUPA


Uno se levanta un domingo después de haber dormido por encima de sus posibilidades, baja a desayunar y se encuentra en el salón a un tipo muy alto, espigado, desdentado, con perilla, descalzo y maloliente, hablando en inglés con tus hijos. El extraño elemento, educado, eso sí, se levanta y se presenta: "Hola, tú debes ser Diego, encantado, ¿no tendrás una guitarra?". Por supuesto que sí, le dejo la guitarra y me siento a mojar galletas, mientras mi desconocido invitado canta canciones de Dylan a mis hijos y sobrinos.
Hasta ahí me hacía gracia la situación, incluso cuando me contó su vida y me confesó que vivía en una cueva y que le gustaba estar solo para meditar y limpiarse. Cuando se me cruzaron ya los cables y decidí dar portazo a la estrambótica situación fue cuando mi hijo pequeño me miró con desprecio y me dijo "Papá, me lo paso mucho mejor con él que contigo". Obviamente me ofendió y me hirió, así que decidí dar carpetazo al tema, invitar al okupa dominical a cambiar de aires y dedicar mi tiempo a entretener al enano; claro está que antes le expliqué todo aquello de no ir con desconocidos, no aceptar caramelos de tipos raros...
Como Diego se ha vuelto a accidentar y tiene un hombro maltrecho; Martín va por el segundo de los diecinueve problemas de matemáticas y Montse se ha subido a caminar por el monte, sólo quedo yo o el menda este para acompañar a Lucito a su circuitillo de bicis. Hecho, allá voy, vas a ver con quién te lo pasas mejor.
El Okupa inglés se quedó en medio del pueblo haciendo una fogata y yo, salto para aquí, salto para allá en un disputado pique con el mocoso de 7 años que ya mete unos vuelos considerables. Cuando ya estaba a punto de romperme la crisma, el canijo volvió a desencajarme el rostro con otra provocación: "Papi, tú no saltas casi porque pesas mucho más que yo, cuando adelgaces saltarás más".
Y aquí estoy preparándome una ensaladita para bajar unos kilitos. ¡Me cago en su padre!... Y en el del Okupa.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

EL CHULAPO

Nunca había ido a la zarzuela ni tenía la más mínima intención de hacerlo. Aunque me gusta la ópera, la zarzuela siempre me ha provocado un cierto rechazo, como la mayoría de las costumbres y sellos folclóricos de esta ciudad que tanto me gusta y quiero, llamada Madrid. Sí, soy madrileño de los que presumen de ello, me encuentro más a gusto paseando por la calle Espoz y Mina que por los senderos del Yosemite, soy urbanita y Madrid tiene una magia especial de la que muy pocas ciudades pueden presumir. Sin embargo, no puedo con el rollito chulapo chulesco madrileño, ni con el chotis, ni con los entresijos y gallinejas, ni con la verbena, ni con San Isidro, ni con Florentino, ni con Mrs. Bottle... Vale que son parte de nuestra cultura, pero creo que el valor añadido que aportan a la identidad madrileña crea más rechazo que simpatía y nos confieren un toque de ciudad casposa del que poco a poco hay que liberarse.
Eso son prejuicios o lo eran, porque la semana pasada tuve ocasión de acudir al Teatro de la Zarzuela a ver la Verbena de la Paloma y quedé absolutamente maravillado con el espectáculo, por su calidad musical, su divertido argumento y el constante ajetreo de actores en el escenario. Reconozco que me costó mucho no tararear en voz alta y que desde entonces canto todos los días en la ducha lo del mantón de la China-na-na, Chi-na-na... Claro está que tenía alguna otra excusa de peso para estar entusiasmado con el show: la escenografía de la zarzuela estaba realizada tomando como base cuadros de mi madre y lo que podía haber sido anecdótico, he de reconocer que llegó a emocionarme. No he conocido a nadie más madrileño que a ella y sin duda supo transmitir esa pasión, pero tampoco la recuerdo nunca escuchando zarzuela e imagino su cara de sorpresa si hubiese llegado a ver esta representación. Dijo Camilo José Cela que Amalia Avia era la pintora de las ausencias, porque sus cuadros mostraban lugares con mucha vida vivida, pero sin ella, y esto fue lo que me resultó más chocante y conmovedor en la zarzuela: ver abrirse las puertas de los balcones y asomarse jovencitas cantando; novios apoyados en las destartaladas farolas o señales de prohibido aparcar; tabernas repletas de clientes... De repente las obras de Amalia Avia recuperaron sus presencias, regresaron a la vida, la misma que tenía su autora, la persona más vital del mundo.
Todo este homenaje a Amalia Avia se lo debemos y agradecemos al director de escena, José Carlos Plaza, y podéis verlo hasta el domingo en el Teatro de la Zarzuela. Yo le agradezco también mi reconciliación con la zarzuela y los chulapos madrileños. Ya me siento uno de ellos.

domingo, 3 de noviembre de 2013

RELAXING CUP


Cada cual tiene su propia definición de relax, su rincón favorito, su momento inviolable. Para un servidor es la “mientrasiesta” sentado en una butaca, elevado sobre las copas de los nogales y los chopos del valle del río Salado, con un vaso de vino en una mano, un cigarro en la otra y un buen libro sobre las rodillas; en este caso “Los hijos de los días”, de Eduardo Galeano, consigue removerme la conciencia con su disparatado e irónico repertorio de injusticias históricas. Las nubes, de evolución diurna, dan paso, cada dos o tres minutos, a un solecito otoñal que me adormece y me recalca que estoy en la gloria. Un paraíso sólo perturbado por la propia naturaleza, por las avispas asesinas que vuelan a mi alrededor, por el viento que sacude las hojas y me despierta, por los pájaros o el gallo de la molinera o incluso por los perros de algún vecino que ladran. Vale, también son animales, pero no los identifico con el entorno natural, para mí,  los perros son un invento humano, algo artificial.
El caso es que ese momento de relax no se cambia por nada y uno lo alarga todo lo que puede intentando limpiar la mente de los agobios semanales, del estrés laboral o la penitencia de los deberes. Las neuronas y los pulmones se limpian de ese aire urbano que mata poco a poco (un amigo vigoréxico o naturópata o macrobiótico me enseñó una vez que en estas situaciones hay que hacer un esfuerzo por expulsar todo el aire que tienes en los pulmones para sacar pequeñas bolsas que se quedan permanentemente dentro y así renovar el depósito con aire puro y conseguir el relax total, así que cuando nadie me ve, procedo); los oídos se desprenden del soniquete de la radio o la televisión emitiendo malrrollismo diario; ni siquiera hay wifi que te recuerde los greatest hits de Montoro o los veredictos de algún juez superstar. Nada, sólo el campo, con su flora, su fauna y los amigos, que en breve aparecerán para romper todos tus sanos propósitos de adelgazar.
Esto es vida, pienso, mientras escucho a un grupo de niñas que se acerca por el camino cantando un rap, cierro el libro y escucho atónito: “Re-re-re, relaxing cup of café con leche, in Plaza Mayor, in Plaza Mayor, in Plaza Mayor, re-re-re-relaxing cup...”
Suelto una carcajada y regreso a la triste realidad.