domingo, 26 de abril de 2015

GAUTIER

Gautier Paulin ganó las dos mangas del Motocross de las Naciones del año pasado y eso le llevó a fichar por el equipo oficial de Honda. Yo le estoy muy agradecido porque ha sido el protagonista de la última norma nemotécnica utilizada para que mi hijo se aprenda los detalles de la literatura del siglo XIX: el parnasianismo buscaba la perfección y su máximo representante es Gautier, así que el parnasianismo es Honda. La regla tiene sus riesgos, porque el chaval puede contestar en el examen que el autor se llama Paulin o incluso Bobryshev, que es su compañero de equipo.
Es una forma, no del todo mala, de adaptarse al temario de nuestra educación que está hecho para los momentos en los que no funciona el wifi, con un plan de estudios que sigue primando la memoria sobre el entendimiento. Y como el chiquillo tiene problemas de almacenamiento en el disco duro, entre otras cosas porque ya tiene metidos los nombres de todos los pilotos y sus motos, del campeonato del Mundo, el americano y el de Europa, hay que intentar que con la misma tecla le sirva para las dos cosas (aunque ahora mismo no tengo claro si prefiero que se sepa el Parnasianismo o la parrilla de salida del mundial de motocross).
Realmente no sé si es el sistema o son los colegios o incluso los profesores, para quienes siempre es más fácil educar en disciplina que en valores, aunque en su mayoría presumen de lo contrario. Siempre que voy al cole a media mañana y cruzo por delante de las aulas, desde fuera se oyen exabruptos, amenazas y gritos de enfurecidos profes tratando de hacerse con el mando. No les envidio, menuda papeleta, yo no sería capaz, pero una vez que estás allí y que se supone que tienes vocación, no entiendo el papel de esos, pocos, que les gusta ir de sheriff.
Hace unas semanas Martín le hizo una broma un poco pesada a un amigo y un profe que les vio decidió castigarle. Le pidió que sacara de su mochila el móvil y se lo retiró durante una semana. A media semana, por sugerencia mía, Martín fue a pedir perdón, a mostrar su arrepentimiento y solicitar que le devolviera el teléfono, pero el sheriff se negó en rotundo, le grito de forma humillante ante sus compañeros y le dijo aquello de que los castigos están para cumplirse.
A mí me hubiera gustado que el profe en cuestión hubiera tenido en cuenta el objetivo del castigo y que hubiese dialogado con él explicándole lo que se hace y lo que no, y que incluso hubiera cedido ante la muestra de arrepentimiento y perdón. Tolerancia, diálogo y reinserción, mejor que pulsos, ojo por ojo y cumplimiento de penas. Me hubiera parecido justo, pero no fue así. Martín me pedía encarecidamente que mediara ante el profe, pero yo no lo hice por no quitarle autoridad al cole y busque el lado positivo del asunto: también es bueno que los peques sepan que a veces hay situaciones injustas y que en la vida se van a cruzar con muchos sheriffs, por llamarlo de una forma diplomática. Sí, esta era una teoría positivista de mi padre, que cuando comía mal en un restaurante siempre decía que le había parecido una experiencia interesante, mala, pero interesante.
Lo jodido es que ahora tengo que explicarle al mayor que suspender tres veces el examen de conducir es una experiencia interesante.


lunes, 13 de abril de 2015

NUESTRA BURBUJA

Kapuscinski comentaba siempre que la importancia de la actualidad informativa se reduce al ámbito geográfico en el que estés y que lo que para unos es de una importancia enorme, para otros, lejanos en kilómetros, es inexistente. Según viajas por el mundo y coges un periódico te das cuenta de que la palabra local, nacional o extranjero tiene un contenido muy distinto. Ese es el verdadero shock cuando recorres muchos kilómetros y te trasladas a una civilización bien distinta, cuando sales de tu burbuja. En la India no se habla nunca de España, ni aunque empate el Barça, ni aunque González Pons diga un improperio, y en España nunca se habla de la India, aunque una tormenta de granizo mate a treinta agricultores, ni aunque jueguen el Mundial de cricket y casi ganen a Australia, ni aunque el presidente se esté planteando una reforma agraria.
 La India realmente solo nos importa si vamos a viajar a ella o si ocurre una de esas catástrofes de la naturaleza que siempre golpean en sitios débiles y que a nosotros nos amargan el telediario de la cena hasta que mandamos "ayuda" al 4455. Es normal.
Durante los últimos días este blog os ha acercado un poquito más a aquella inmensa nación de naciones o país de estados o como queráis llamarlo. Ya sé que estoy pesadito con la India, pero es que mi mujer me sugirió que el blog era la mejor manera de tener un buen recuerdo del viaje y yo soy muy bien mandado.
Ahora, ya de regreso y con más de tres mil fotos que ordenar (porque es mentira que el ordenador las ordene), ya sin los olores, los sabores y los retortijones voy recordando el caótico orden que rige el país, un caos ordenado que mata cada día a cuatrocientas personas en accidente de tráfico (más de 160.000 al año). Lo entendemos porque en cada kilómetro que recorres tienes ya varias ocasiones de reencarnarte y porque ya hace mucho tiempo que se demostró que la moto sin casco, la autopista en dirección contraria o el móvil en la mano son recomendados por 9 de cada 10 tanatorios. De cualquier modo, lo que a nosotros realmente nos importa no son todos esos indios, sino los 2.500 muertos en nuestras carreteras. Es normal.
Y para terminar de comprender tanta incomprensible sensación y emoción, nada mejor que tragarnos en la tarde del domingo la peli de Gandhi y recordar nuestro paseo más místico por el templo de Ranakpur llevados por una audio-guía con acento uruguayo que con pausado ritmo explicaba cada rincón del templo. Al terminar coincidimos en que esa voz era la mismita que nuestro admirado Eduardo Galeano. Allí, con el dios Brahma, la voz de un tipo excepcional, de un ser humano de los pies a la cabeza, de valores irrenunciables y compromiso firme con los más débiles, todo un referente.


miércoles, 8 de abril de 2015

CREENCIAS

Un amigo que conoce bien la India nos había avisado de dos sitios que nunca debes visitar en tus viajes por aquel gigante país: las cocinas y los servicios públicos. No le hicimos caso. Para ir al baño nuestro conductor hacía lo posible por llevarnos siempre a áreas de servicio de carretera específicas para turistas, lugares anodinos y sin gracia en los que tienes que pagar por entrar a mear y donde te intentan tangar vendiéndote unos chicles a cinco euros. A pesar de que eran los retretes públicos más limpios del país, no os podéis imaginar ni os voy a deleitar con la descripción de las instalaciones de arte abstracto y performances que hemos encontrado en alguno de ellos.
En cuanto a las cocinas hemos hecho por no asomarnos a las de los hoteles, de las de los puestos de la calle tengo que decir que no solían tener el carnet de manipulador de alimentos y en la única casa que visitamos, encontramos ratas lamiendo los restos de las sartenes.
Lo que no nos dijo nuestro amigo es que lo de entrar a los templos descalzo no siempre es del todo agradable. Uno lo hace por respeto y obligación e intenta dejar en occidente todos sus prejuicios y "asquerositismos", pero aún así, no puedo negar que en el templo de las ratas, cuando hay algo de sangre por el suelo, mezclado con leche y excrementos, uno siente algo de debilidad. También pasa en otros más limpios donde, simplemente un fiel ha tenido a bien escupir su lapillo. Ayer, como despedida ya del viaje, visitamos el templo Sikhista de Dehli y tuvimos un plante familiar cuando los chicos decidieron que aquello estaba pasando de castaño oscuro. Después de ataviarnos con un pañuelo amarillo para la cabeza, nos llevaron por todo el templo justo cuando estaban empezando a limpiarlo y corría agua mugrienta por todas partes, entre chapoteo y chapoteo nos llevaron a unas inmensas cocinas donde decenas de voluntarios cocinan los alimentos que la gente dona a los dioses y que después sirven para que coman los fieles. El espectáculo era maravilloso, parecían las cavernas del demonio con fogones y grandes guisos y con todo el suelo lleno de un barrillo de aceite, harina y mierda, muy apropiado para pisar descalzo.
Todo eso sirvió para abrir un entretenido debate sobre las religiones como conclusión del viaje a la India. Diego, el más crispado con los hongos, herpes o infecciones que le amenazaban, fue el más crítico y escéptico: "El mundo no cambiará hasta que no desaparezcan todas las religiones o por lo menos tengan un papel irrelevante". Tengo que reconocer que estaba totalmente de acuerdo, pero por aquello de discutir con tu hijo, le llevé un poco la contraria pidiéndole respeto a las distintas creencias y tuvo que ser nuestro guía quien zanjase la polémica con otro contundente: "Todas son válidas en los libros, pero ninguna cumple lo que dicen los libros". El caso es que entre las noticias horribles que leíamos del islamismo más radical, las esperpénticas representaciones de la Semana Santa española que veíamos en la tele y las disparatadas y algo infantiles variantes del induismo, terminamos llegando a la conclusión de que lo que tienen en común todas esas creencias es que hace falta mucha imaginación para creerlas. A eso hay que añadir que a la gente pobre y desharrapada, la religión termina siempre siendo su gran esperanza y de ello se aprovechan los que prefieren que sigan en el agujero.
Y de esa forma llegamos al final de nuestra ruta por el Rajasthan, con sus marajás, sus templos, sus fuertes, sus desiertos, sus motos, sus tuc-tucs, sus vacas, sus monos, sus castas, sus havelis, sus pavos reales y un pequeño palacete que nos enseñaron el último día y que se llama Taj Mahal, un cacharraco por el que uno podría llegar a creer. No ha estado mal.



lunes, 6 de abril de 2015

NO TRATES DE ENTENDER...

Una vez que hemos conseguido los tres grandes objetivos del viaje podemos ir haciendo balance de esta maravillosa experiencia. La primera e importante conclusión es que en una moto caben seis personas bastante cómodas; la segunda es que donde caben diez, caben 20 y así sucesivamente; si juntamos las dos anteriores teorías, el resultado es un absoluto caos permanente de personas y, sobre todo de motos.
Lo dijimos nada más llegar, la India se parece bastante a muchos lugares de África, por paisajes, por cultura, por tradiciones y por tipo de gente. Obviamente las diferencias también son enormes, de raza, de religión, de cultura... Sin entrar en prejuicios, los indios me han parecido muy trabajadores en general, aunque menos amables que los árabes. Salvo en las zonas muy turísticas, no son excesivamente pesados e insistentes con sus ofertas, pero tampoco son muy dados a la conversación y eso que hablan inglés, la mayoría. La miseria está latente y la mierda patente por donde vayas y ese es el gran choque emocional y sensorial para cualquier occidental que visita el país. No ya por los turistas, sino por ellos mismos, se debería hacer muchísimo más de lo que hacen en este sentido y las autoridades deberían poner fin a ciertas situaciones intolerables desde el punto de vista meramente humano.
El agua está siempre mal canalizada y menospreciada como bien indispensable o en su defecto el peor de los elementos transmisores de enfermedades fatales, la basura se tira al libre albedrío, las canalizaciones casi no existen o están obstruidas... La religión y las vacas tienen mucho que ver en este asunto y con todo el respeto a las creencias, sería posible regular un poco su presencia en ciertos sitios, incluso por el bien de los propios animales que malviven en medio de los atascos teniendo cerca praderas donde pastar. Su educación, su tradición y sus dificultades para sobrevivir les impiden afrontar estas "nimiedades", pero alguien de arriba debería abrir los ojos de la gente y forzar a que eso cambie por su bienestar. Y ojo, que no estoy hablando de la contaminación del aire, ni del peligro en las carreteras, ni del reciclaje, eso ya vendrá cuando tenga que venir.

Otra gran cuestión de estado que requiere tratamiento y educación es la discriminación de la mujer. Todos hemos leído espantados esas horribles noticias de violaciones en autobuses en este país, casos aislados, dicen, pero no es sólo eso, en todo el viaje sólo hemos podido ver a mujeres trabajando en los puestos más duros de la agricultura o la construcción, como auténticas "mozas de carga". Al volante apenas hemos visto media docena en ciclomotores y es que no se puede olvidar que hasta hace pocas décadas en algunas zonas existía una tradición religiosa que obligaba a las mujeres, por respeto eterno, a quemarse vivas en la pira de cremación de su marido fallecido. Todavía hoy en día los matrimonios son arreglados por los padres y sin ninguna relación prematrimonial, con lo cual se entiende que tengan representaciones del Kamasutra en los templos.
De su época inglesa heredaron una puntualidad inusual en países de esta índole y una muy buena red de educación, pero según cuentan, a cambio de expoliarles la riqueza del país.
De una forma más subjetiva y como valoración del viaje podemos recomendaros que nunca vengáis sin ciprofloxacino y suero oral, que en general se vive bastante bien sin la DGT, que la ITV es innecesaria, que no es fácil dormir sin tapones y que la escobilla de WC es un invento siniestro y estos tipos, que no brillan por su pulcritud, se han inventado algo tan sencillito como una manguerita al lado del retrete que acaba con cualquier tipo de derrape. El penúltimo consejo es que si venís con niños, no vayáis de puristas y traigáis un poco de jamón ibérico y bien de Ipads, Iphones o lo que sea, que son muchas horas de coche y eso que los nuestros han sido unos santos.
Y el último consejo es de tipo filosófico: "En la India no trates de entender lo que no entiendes".
Por cierto los tres grandes objetivos eran que Lucio disparara a un mono con un rifle de balines, que Martín comprase una bocina psicodélica de camión para instalar en el coche de Montse y que los Diegos encontrásemos el escudo del Espanyol en la puerta de algún restaurante... Prueba conseguida.

domingo, 5 de abril de 2015

PAQUIDERMITIS

Lo de la tormenta no acabó bien. Al dios Brahma, fiel seguidor de este blog, no debieron gustarle algunos de los comentarios un tanto irónicos sobre su religión, así que decidió castigarme con todo su poder. El caso es que llevo dos días en los que me he arrepentido de los escrito y del destino elegido para este viaje, maravilloso por cierto. La brahmo-bacteria se ha alojado en mi estómago y tengo un malestar general tan chungo que no recuerdo nada igual desde aquella mítica noche con Eduardo Madina. Supongo que tengo fiebre y que algo se está comiendo mi páncreas porque noto retortijones de parto, dolor de cabeza de vino cosechero y la vomitona ha sido tal que ha salido hasta el último roscón de Reyes, con sorpresa y todo.
Entre deliración y deliración (ya sé que no se dice así, pero cuando deliras todos los tiempos son regulares) me han asistido todo tipo de dudas existenciales. Sobre Brahma, Shiva, Saraswati y todos sus secuaces, debido a la sobredosis de templos que llevamos, pero también sobre Alá porque cuando peor lo estaba pasando, abrazado al señor Roca, ha empezado a sonar a todo trapo la megafonía de la ciudad llamando al rezo a la comunidad musulmana, y por si fuera poco me ha venido a la mente la película de Santa Teresa de Jesús que amablemente me ofrecieron anoche en TVE internacional, para recordarme que estamos en Semana Santa. El cacao, sin duda se transformó en fiebre y en idas y venidas al cuarto de baño hasta conseguir dormirme después de los fuegos artificiales que les dio por tirar con motivo de la luna llena.
Lo malo es que me he despertado con los riñones ardiendo, tanto que he pensado que ya me habían facturado y estaba junto al Ganges empezando el proceso crematorio, pero, conociendo lo poco meticulosos que son estos tipos, he pensado que el Ganges puede esperar, he dado un salto de la cama, y me he ido a tomar un delicioso desayuno de antibióticos con suero.
Cuando ya me disponía a volver a la cama a reencontrame con los dioses, ha aparecido en la cafetería el pequeño Lucio, todo sonriente, diciendo: "Papi, por fin, hoy es el día de los elefantes", así que aquí estoy subido en un paquidermo rumbo al Amber Fort...
Podría contaros que hemos visto monos, serpientes, murciélagos, camellos, caballos, elefantes y todo tipo de pajarracos. También os podría decir que hemos llegado a Jaipur, la ciudad rosa, donde está todo patas arriba porque están construyendo el metro. También os podría hablar de la maravillosa y próspera India que sale en los periódicos y en las televisiones, pero de la cual no hemos encontrado ni el más mínimo reflejo en la calle, llena de inmensas bellezas envueltas en miseria y podredumbre. Pero he preferido hablaros de mis otras inquietudes, ahora más acuciantes. Y yo con mi elefante como un gilipollas...






viernes, 3 de abril de 2015

ASÍ QUE PASEN CIEN AÑOS...

La mezcla entre progreso y tradición no siempre combina bien. En la India los contrastes son continuos con escenas que perfectamente podrían estar fechadas hace varios siglos si no fuera por la presencia en ellas de algún elemento invasor de nueva tecnología. No quiero decir que no tengan derecho al móvil, a las motos o al wifi, cuando algunas de estas cosas las fabrican ellos mismos, pero bien es cierto que no es lo mismo un monje jainista meditando o cantando himnos que "whatsapeando"; ni tienen la misma magia las callejuelas de las ciudades con sus puestos de verduras, sus intocables y sus vacas, que cuando le ponemos como aderezo ochocientas mil motos con un infinito repertorio de estridentes bocinas.
La tradición está tan presente que no puede estar más, con sus marajás todavía dominando ciertos aspectos de la vida pública y de la economía. Nuestro guía nos habla siempre de su Maharaya preferido y yo siento ganas de explicarle que la mía era la Duquesa de Alba, pero la ha cascado. Esta clase de multimillonaria nobleza monárquica tan característica de este país y todavía respetada por sus ciudadanos es la guinda de un alienante sistema de castas, legalmente abolido, pero todavía latente en la sociedad, en la economía, en los apellidos y en los prejuicios de la gente. Aquí entiendes bien el significado de la manida palabra "casta".
Obviamente la religión es otro vínculo a ese pasado tan presente en la India. Todos los que viajamos a este tipo de países en Asia o África, terminamos por caer en la afirmación, casi un tópico, de que están varios siglos por detrás y que hasta que no pasen más de cien años, difícilmente superarán ese brutal choque de civilizaciones que hoy nos separa. Cuando una sociedad está acostumbrada a vivir, literalmente, en cuclillas, cuesta mucho pretender que se levanten con todo lo que eso significa. Aquí no hay fregona, ni escoba, ni carretillas y los sustituyen por personas de casta baja arrodilladas pasando un trapo o un escobón de paja o recogiendo piedras en un pequeño barreño.
Las ciudades están divididas por gremios como en la edad media, el medio ambiente no es ni siquiera utopía y los derechos de los niños o de las mujeres tendrán que esperar.
Ellos están felices o por lo menos defienden el Indian life style con orgullo, con sus creencias, sus infinitos templos, sus atascos, sus animales reencarnados cagando por doquier y su carácter aparentemente tranquilo tratando de transmitir esos valores del karma y la meditación, pero enfermizamente adictos a los motores y los megabytes. Los móviles, aunque suene mal decirlo, han cambiado su calidad de vida.
Nosotros también estamos a gusto, nos paran por la calle para hacerse fotos con "gente blanca" y ya hemos superado buena parte de los peligros que nos agobiaban los primeros días. Tres de nosotros hemos superado ya el mal de Moctezuma tras varios días agarraditos al retrete (los teenagers aguantan bien), los sustos de la carretera son ya pecata minuta, sobre todo tras haber cambiado la rueda rajada de la furgoneta y después de haber sufrido esta mañana una leve colisión en tuc-tuc. Además, Montse ha salvado el tipo después de ser embestida en el mercado de Pushkar por un peazo Miura. Esta noche, sin embargo promete ser divertida con luna llena y tormenta en el lago sagrado del dios Brahma. Se ha ido la luz y sólo se ven los relámpagos sobre el agua y se oyen los truenos entre cánticos de monjes y portazos provocados por el viento. Qué Brahma nos proteja...


miércoles, 1 de abril de 2015

EL TEMPLO DE LA MOTO

En la India hay motos con ruedines. La moto es el vehículo familiar por antonomasia. Sin saber las cifras, no me cabe duda de que este es uno de los países con más motos del mundo. Todas son de pequeña cilindrada, muy baratas y resulta difícil cruzar una calle sin ser atropellado por una de ellas. También hay puestos callejeros que venden cascos; deben estar en la más absoluta ruina...
La circulación ya os he comentado que no es fácil: se conduce por la izquierda, con el volante a la derecha y el móvil siempre en la mano. Las reglas no existen y a pesar de los comentarios de nuestro conductor, que insiste en que no hay ningún peligro, no conseguimos pasar dos minutos sin un espasmo, ya sea por la vaca que cambia su dirección, por el coche en sentido contrario o por el intocable que pasea por el arcén. Las rotondas tienen normas distintas a las occidentales: cuando llegas a ella te incorporas en función de la salida que quieras tomar, es decir si vas a la izquierda haces la rotonda hacia la izquierda y si vas a la derecha, con dos cojones, y por supuesto sin frenar, basta con tocar el claxon repetidamente.

De cualquier modo, lo peor son las curvas ciegas o los cambios de rasante, donde ellos adelantan sin preocuparse de la visibilidad y de las altísimas probabilidades de que venga alguien de frente. Normalmente siempre viene alguien, pero lo resuelven con un volantazo mutuo en el último momento para así evitar la colisión. Nuestro miedo no es que venga un coche o un camión, sino que aparezcan otros dos camiones o autobuses de frente haciendo esta emocionante práctica del adelantamiento a ciegas... para tantos no hay sitio.
Algo así le debió de pasar a este pobre hombre cuyo rostro podéis adivinar entre las llamas y que falleció en un accidente a las afueras de Jodhpur. Aquí perdió la vida al chocar cuando viajaba en su fastuosa Royal Enfield 350 c.c. Tengo que reconocer que, como propietario de una de estas maravillosas motos indias, me he emocionado al escuchar la historia. Cuentan que tras retirar el cadáver, llevaron la moto a un desguace, pero a la mañana siguiente la volvieron a encontrar en el sitio del accidente y volvieron a retirarla y la llevaron más lejos todavía, pero durante la noche ella volvía al punto en el que había estado con su conductor por última vez. Desde entonces existe en esta carretera un curioso templo con la imagen del malogrado piloto, las campanas, el fuego, los músicos y toda la parafernalia habitual de un templo, pero en este caso con la particularidad de que lo que ellos veneran no es ni un animal, ni un espíritu, ni un dios, es una Royal Enfield tres y medio.
Después de haber visitado varios templos jainistas, induistas, "self made" y alguno un tanto estrafalario como el de Karni Mata de adoración a las ratas, como seres humanos reencarnados que dicen que son, no nos ha parecido tan disparatado lo de la moto y nos hemos dejado pintar el punto naranja en la frente, poner una pulserita como las de Aznar y hemos respirado el incienso de la pira, por cierto de cuatro tiempos. Además, este es uno de los pocos templos en los que no nos han obligado a vestirnos con una especie de pijama que tienen para los turistas que vienen enseñando demasiadas carnes.
En el templo de Ranakpur hemos charlado con un joven monje cuyos antepasados de las anteriores 16 generaciones han sido monjes jainistas y cuyo hijo, de la edad de Lucio, ya hace vida en el templo. Le hemos ofrecido al canijo quedarse, pero no ha estado por la labor.
Así que, como no queremos perpetuarnos aquí, convertidos en templo de peregrinación, hemos optado por negociar con el conductor ciertas medidas de precaución y gritar ¡no! cada vez que empieza a adelantar sin visibilidad.