viernes, 21 de febrero de 2014

¿SOY MULTIFACTORIAL?

Tengo una amiga que un día se echó un novio multifactorial. Así se autodenominaba él y todavía ninguno hemos entendido a qué se refería; supongo que mi amiga sí que lo sabrá, je, je. El caso es que hoy mismo me ha dado por pensar que a lo mejor yo también soy eso o cuando menos multifuncional. Me ha venido a la cabeza cuando salía de la rueda de prensa del Sahara Marathon con la mente inmersa en la jaima y me he subido al coche rumbo a la inauguración de ARCO, para ver los cuadros del "jefe" y a muchos amigos y en el camino me han llamado para negociar un complejo e interesante evento para los próximos meses. Y uno, que no sabe tirar de la cadena y mover la escobilla a la vez, se hace un lío y termina mezclando conceptos, sensaciones, valores y olores.
Quizás es que soy uno de esos que llaman bipolares o multipolares, porque en el fondo lo que me pasa es que tengo muchos y diferentes "yos" y tengo que ir adaptándolos a las circunstancias. De pronto estoy inmerso en un acto revolucionario, como estoy comiendo con un politicucho fachoso y supuestamente corrupto, o resucito como periodista de motor o soy mánager de ciclistas o saco mi vena musical o tiro de vinito y sofá en las tardes de sufrimiento perico, o ejerzo de jefe o me quejo de los jefes. Qué mareo, qué divertido, pero qué difícil hacerlo sin mezclar churras y merinas y sin caer en algún caso en contradicciones, consulte a su médico.
Este síndrome se ha visto acrecentado por las redes sociales, ese ameno patio de vecindario, en el que uno tiene distintas ventanas y al que me asomo unas veces como Sahara Marathon, otras como Hachetetepebarrabarra, otras como De Box en Box, otras como Last Lap, otras como hijo de, otras como padre de, otras como San Franciscano, otras como marido de, otras como plasta reivindicativo e incluso, alguna vez, como yo mismo. Total, que de tanto entrar y salir de un perfil a un grupo a un Tuit y a un muro, con distintas identidades y distintas contraseñas, llega un momento en el que el pene se te enreda y hablas mal de Rajoy a los moteros, saludas en Hassania a los marketinianos y negocias el presupuesto con los señores del desierto. Laberinto cerebral se llama y se me suele agudizar a finales de febrero. Es entonces cuando el médico me receta mucho te y sentarme a ver las estrellas en medio del desierto. Allá voy.

miércoles, 19 de febrero de 2014

TAMBORES DE GUERRA

No hombre no, la sociedad ya ha evolucionado y se ha civilizado lo suficiente como para dejar atrás esos momentos tan ruines, vergonzantes y salvajes de la raza humana. Ya no somos medievales, nadie se dejará arrastrar por ideales o identidades como para coger el fusil y si alguien lo hiciera, el resto de terrícolas le detendría para que la cordura siga reinando. Quieras que no, hemos alcanzado un nivel de bienestar, derechos y calidad de vida que no podemos echar a perder.
No es una reflexión mía ni de nadie de nuestro tiempo, es un resumen del sentir de los europeos a principios del siglo XX, tal como lo cuenta Stefan Zweig en "El mundo de ayer", su interesante libro de memorias. Cuenta el escritor austriaco que absolutamente nadie creía que podía estallar la I Guerra Mundial, que no había ni motivos relevantes ni ambiente para ello, pero poco a poco se fueron enlazando acontecimientos inoportunos y actitudes irresponsables y Europa se vio inmersa en una disparatada sangría. En el caso de la segunda, sí que el caldo de cultivo era más picante y justificado, pero antes de la primera, todos los comentarios previos al asesinato del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo hablan de tranquilidad, bienestar y prosperidad.
¿Y a dónde voy? pues es evidente: que aunque me llaméis catastrofista o tremendista, el mundo en el que vivimos ahora es un polvorín si cabe mayor que el de entonces, por mucho que no haya guerra fría, ni telón de acero, ni guerras multinacionales. Y no voy a la teoría de la conspiración, que comparto, de que los fabricantes de armas necesitan guerras, sino a una visión más economicista de los ciclos y creo que hemos pasado de un ciclo de plenitud y holgura a un ciclo de penuria y presión y a continuación pueden volver las golondrinas o los cuervos. La sociedad tiene una amplia capacidad de aguante, pero no infinita, va encajando, encajando, hasta que revienta y cuando reviente, no vale decir eso de ¿por qué te has puesto así?
Abre el periódico y elige tu escenario preferido: Venezuela, Ukrania, Melilla, Egipto, Mexico, Argentina, Corea, Irak, Ceuta, Gamonal... son algunos ejemplos de polvorín, de distinto origen e intensidad, pero en todos los casos con un elemento común, el grito del pueblo harto de ser oprimido, engañado, manejado...
Y para que me toméis en serio, os diré que mis fuentes son el periódico diario, Stefan Sweig y una canción del último disco de La Habitación Roja. ¡Toma Ya!

miércoles, 12 de febrero de 2014

COCA-COLA DEL PARO

La reforma laboral era uno de los mayores logros de la humanidad. Lo dijo una destacada dirigente de la ciudad de Madrid. Blanco y en botella... y Blanco no era. Me lo ha puesto a huevo para hacer el chiste fácil con su apellido y para enlazar el tema con el muy candente asunto del cierre de las embotelladoras de Coca Cola.
Los muy avispados dirigentes de tan rica bebida en todo el mundo y, por supuesto en España, están últimamente muy agobiados con las campañas de desprestigio de las bebidas gaseosas que están lanzando medios informativos, asociaciones con malignos intereses en favor de la salud de los humanos e incluso alguna mujer del presidente del país más poderoso del mundo que, por supuesto, no es España. Resulta que todos esos entes judeomasónicos y alguno incluso negro, se han unido para luchar contra la obesidad infantil y promover la vida sana. Insensatos. Han dicho que estas bebidas tienen demasiada azúcar y que hay que consumirlas con moderación, porque además el azúcar crea adicción. La torpe respuesta de los cocacolos por el mundo ha sido la de ir a la gresca, tratar de desmentirlo, hacer lobby para convencer a políticos y periodistas, en lugar de ofrecer a gritos sus opciones sugarfree. Con lo bien que hacen estos chicos los anuncios, el buen rollito que transmiten, lo felices que somos todos con una Light al limón en la mano, lo buenorras que están las chicas que beben Zero y lo hermanados que vivimos todos en Navidades bajo el espíritu rojo que invade todo y la musiquita del "always..." como soniquete.
Pero por si tenían poco con los niños gorditos, ellos solos, con la colaboración de Fátima y Mariano, se han inventado una original manera de cagarla. La anunciada reestructuración que pasa por mandar a la puta calle a cientos de trabajadores, cerrando plantas embotelladoras para centralizarlo en la planta de cataluña, no sé si va envuelta de contenido político nacionalista, como dicen por ahí, pero a buen seguro que va a ser la mayor campaña de antimárketing y desprestigio que la compañía ha tenido. Y que se anden con cuidado para que no les afecte a las ventas de forma peligrosa.
Por otro lado, el asunto sirve de lección, no de márketing sino de economía infantil, a nuestro amigo Mariano y sus secuaces. Era bastante obvio, pero quizás no lo has visto hasta que te lo pintan tan clarito: si pones mejores condiciones para echar a la gente, las empresas despiden a más gente; si en cambio dificultases los despidos con cláusulas que impidieran los "eres"
y los despidos masivos en empresas con elevados márgenes de beneficio, quizás habría menos desempleados ¿no?
En un mundo lógico, justo y civilizado, Coca Cola no podría jugar con tal libertad con el futuro de sus empleados en busca de mayores beneficios y más brillantes medallitas en las solapas de sus directivos. La ley no debería permitirlo, como tampoco lo permite la ética, esa gran desconocida.
Puede sonar a populista, pero este conflicto es el síntoma más visible de la grave enfermedad de este sistema. Y os lo dice un adicto a la Coke desde que tengo uso de sinrazón... Qué buena está... y no me refiero a la Botella.

martes, 11 de febrero de 2014

PERO VA A NEVAR DE UNA PUTA VEZ...

Sentado delante de la estufa, con los pies calentitos y la casa en silencio. Miento, habría estado todo en silencio si no fuera porque hemos colgado cuatro relojes distintos en el salón y aunque he conseguido sincronizarlos en hora, no es posible hacer que coincidan en sus tic-tac, con lo cual no pasa ni una décima de segundo sin sonar un tic o un tac, que la verdad es que no los distingo. A eso hay que unir el chisporreteo del fuego, siempre acogedor chisporreteo, pero que de vez en cuando me mete unos sustos del carajo cuando los troncos se mueven y me creo que han entrado ya por la puerta, Pietro Arkan, la santísima trinidad, Al Qaeda del Magreb o incluso algún ministro del ejecutivo. Qué estúpido me ha parecido siempre lo de llamar ejecutivo al gobierno y que estúpidos me parecen siempre la mayoría de los miembros del ejecutivo. No me gustaría ser ministro, pero mucho menos, miembro del ejecutivo. No he cenado con vino, aunque lo parezca y aunque sea una excepción. Lo que ocurre es que hace un frío de pelotas y da mucho gusto estar junto al fuego mirando por la ventana a ver si empiezan a caer copos de nieve que tiñan toda la ciudad y el país de blanco, para que los niños no puedan ir al cole, se monten unos atascos de narices y todos le echemos la culpa a Zapatero.
Bueno, eso y que tengo la mente bloqueada entre asuntos de trabajo y los preparativos del Sahara Marathon, con lo cual ni he leído la prensa ni me apetece hablaros de la infanta de naranja y su juez de limón, ni de los apreciados desprecios de Wert, ni de los Juegos Olímpicos de Chochi... Está siendo muy duro superar lo del suicidio. Lo sabía.

martes, 4 de febrero de 2014

SUICIDARSE

Una noticia me ha sorprendido durante el fin de semana. Después de un larguísimo silencio informativo provocado por un pacto corporativo inusual en este gremio y por una concienciación general de políticos para evitar hablar del tema, el otro día la portada del periódico abría con las cifras del inquietante aumento de suicidios en nuestro país. Cuando casi diez personas se quitan la vida cada día, muchísimos más que en los tan publicitados accidentes de tráfico, el tema tiene cierta relevancia como para abrir el debate.
Parece estar bastante claro que el hecho de hablar tanto del peligro de la carretera y de las cifras de muertos en ella, ha contribuido a mejorar los datos en base a una mayor concienciación de la sociedad (aunque buena parte de esa conciencia se moldee mejor con multas y puntos perdidos). Sin embargo, no es tan evidente que la enorme difusión que tienen los continuos crímenes de la llamada violencia machista, haya servido para mejorar y concienciar a los salvajes asesinos; lejos de ello, parece como si su difusión hiciese a veces de efecto llamada sugiriéndole macabras ideas a algún desquiciado.
Y estos dos ejemplos me sirven para enjuiciar el asunto de los suicidios con dudas. Quizás el apagón informativo no se debe a la supuesta ética periodística, de la que tantas clases nos dan los Pedro Jotas y Cebrianes de turno, sino a la nula rentabilidad que informaciones tan deprimentes pueden dar a los cazadores de audiencias y publicidad. Si realmente fuese una cuestión ética, quizás habrían desaparecido de sus páginas los anuncios de prostitución o dejarían de publicar esquelas de suicidados. La duda es saber qué pasaría si se contara abiertamente, sin ningún tabú, cuando alguien se ha quitado voluntariamente la vida. Todos tenemos a alguien cerca que lo ha hecho y en casi todos los casos el hecho está ocultado, maquillado, disfrazado de accidente o extraña enfermedad. Quizás la propia sociedad reaccionaría de una forma mucho más comprometida y solidaria si supiese que está rodeada de potenciales suicidas, que tu hermano, tu padre, tu hijo o tu amigo pueden pasar por un momento malo y tomar una decisión irreversible, que tú puedes evitar.
No pretendo que los periódicos abran todos los días sus páginas con la lista de suicidios, pero tampoco que vivamos en un mundo de gominola. A, por cierto, y hay maneras mucho más efectivas de suicidarse que asomarse al espigón a ver las olas... Cuanto idiota hay suelto...

domingo, 2 de febrero de 2014

BOCATA DI CALAMARI

Lo reconozco, soy de los que suelo ver la Botella medio hiena. Tal vez sea porque cada vez soy más intolerante a la estupidez. Por eso no me gusta contar con semejante esperpento como embajadora de mi ciudad y cada vez que abre la boca siento ganas de meterme debajo de la mesa, como cuando mis padres me pedían que recitase una poesía a las visitas. Quizás desde entonces mi sentido del ridículo, la vergüenza propia y la ajena, las tengo excesivamente desarrolladas. Así que en cuanto Anita abre la boca yo busco una mesa camilla porque lo paso muy mal, no quiero que nadie me pueda identificar con ese ser e incluso siento lástima por ella. Eso debe ser lo que llaman síndrome de Estocolmo.
La última vez que la he oído, que no escuchado, ha sido haciendo esa proclama o llamamiento a los turistas de todo el mundo para que visiten nuestra maravillosa ciudad con el pretexto de que tienen que probar los bocadillos de calamares. ¡No!, my friends, forget it, si vais a venir a Madrid hacedlo por su cultura, su ambiente, su clima, su buen rollo, sus museos, sus bares, sus galerías, sus restaurantes, su tradición, su historia, su tolerancia, su sol, su Puerta del Sol, su Velázquez, su cielo, su Goya, su cocido, su deporte, su gente, su olor, su color, su Prado, su alegría, su Guernica, su ópera, su movida, su chueca, su Rastro, sus fiestas, su Plaza Mayor... pero el bocadillo de calamares no merece tanto esfuerzo y gasto. No es que no esté bueno, que sí lo está, pero es muy incómodo de comer; la grasa te chorrea por las manos y los morros, las servilletas que te dan son muy poco absorbentes, los calamares suelen estar algo chiclosos y cuando intentas morder uno, lo habitual es que se estire hasta límites insospechados, se salga del bocata, se caiga al suelo o se quede colgando de tu boca cual piercing o le dé un latigazo a alguna abuelita que pase por delante. Definitivamente el argumento no es el mejor para contrarrestar la caída del turismo en Madrid y quizás debería esta señora plantearse si lo que necesita nuestra ciudad es alguien con una altura de miras un poco más elevada. Como decía el otro día un humorista, nunca pensé que del matrimonio Aznar, José Mari iba a terminar siendo el bueno.