domingo, 30 de noviembre de 2014

EXPRIMIR EL TIEMPO

La vida es el espacio de tiempo del que eres dueño desde que vacías un lavaplatos hasta que lo vuelves a llenar. En ese escaso periodo, que medimos en minutos, ratos o pispases, ocurren cosas, como diría Mariano. Lo malo es que esas cosas ocurren demasiado rápidas, las disfrutas o las sufres, pero cuando quieres volver a saborearlas ya se han ido. Tranquilos, que aunque el tiempo lluvioso otoñal inspire a ello, no voy a iniciar ninguna reflexión filosófica sobre el paso del tiempo (lluvioso y otoñal). Me suena que algún que otro escritor, filósofo, logopeda o cantamañanas ya ha escrito algunas cosillas al respecto, con lo cual me voy a abstener de contaros eso de que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir.
Sin embargo sí que me obsesiona la práctica utilización del tiempo y la forma de exprimirlo, economizando hasta el último segundo de tu vida, no sea que el Miele vuelva a pitar. Esta obsesión obsesiva, como todas las obsesiones obsesivas, empeora con la edad y cuando uno ha pasado ya del medio maratón empieza a oír pisadas detrás suyo y corre a aprovechar cada segundo del futuro. Realmente lo que consumes es siempre presente, pero hace un rato era futuro y cuando lo sueltas de la mano ya es pasado. No, si al final le hago la competencia al Schopenhauer ese.
Y en esa obsesiva obsesión a mí me da por desarrollar la teoría del camionero, que dicho en términos técnicos sería la optimización del tiempo y de los trayectos. Me explico. Un camión viene de Suecia cargado de galletas de Ikea y no puede regresar de vacío porque el precio se duplicaría, además de haber desperdiciado tiempo, espacio y neumáticos, con lo cual vuelve cargado de preservativos de sabores (creo que ya han sacado uno con sabor a pene) y los reparte en Francia, donde le cargan centenares de cajas de vino Beaujolais que se beberán los infelices suecos hasta caerse redondos (todos menos al que le toca hoy conducir).
Pues eso hago yo, de camionero sueco. Recojo un plato de la mesa, lo llevo al lavaplatos y regreso con los cacharros limpios a colocarlos en el armario, encuentro unas migas que llevo a la basura, donde compruebo que está lleno el cubo y saco la bolsa a la calle, pero para no volver de vacío, cojo las cartas del buzón, las abro mientras ando y tiro los sobres y la publicidad de Media Markt al cubo del papel, que está también lleno, así que vuelvo a salir a la calle, lo vacío en el contenedor y recojo los cartones que el cerdo de mi vecino pijo de en frente ha tirado (qué cerdos y que pijos son siempre los vecinos, y cuanto más pijos más cerdos). Regreso hacia dentro pero cogiendo un par de troncos de leña para la estufa, los meto en el fuego pero se apaga, así que voy por el mechero que está junto al lavaplatos, con lo cual puedo coger un par de vasos y tres tenedores y dejarlos en la maquinita, regreso con el encendedor y prendo la fogata. Las peonzas del enano están por el suelo y alguien se va a matar, las recojo no sea que ese alguien sea yo, las dejo en la mesa del comedor donde quedan más vasos, que llevo al... Así hasta que dos horas después he recogido el lavaplatos y media casa.
Este sistema lo aplico en muchas facetas, incluso en el trabajo y a veces llega a ser agobiante porque tienes demasiados frentes abiertos y tardas mucho en cerrar asuntos, pero pocas veces tienes la sensación de perder el tiempo, salvo cuando lo pierdes porque te da la gana, es decir porque te sale de los huevos llevar el camión vacío.

sábado, 22 de noviembre de 2014

LA CARA "B" DEL ANUNCIO

Sé que para estar en onda y ser medianamente transgresor hay que criticar el anuncio de Loterías por su ñoñez o por su utopía. Pues bien, uno que es ñoño y utópico, no sólo no lo critica, sino que reconoce que cada vez que lo ve se le caen las lágrimas y el moquillo. Es cierto que tengo facilidad para el llanto y que basta con que me mencionen a mis hijos o a mis padres en una conversación, para que me empiecen a brillar los ojos. No voy casi al cine porque empapo las butacas, ya sea la peli dramática, terrorífica o desternillante, yo lloro. Por eso la historia del Bar Manolo, con todo el repelús que me puede dar ese rollito navideño y casposo que conlleva el sorteo de la Lotería con sus niños de San Ildefonso, sus reintegros, su salud y sus bombos, me ha parecido entrañable por lo que encierra de solidaridad y final feliz. Tanto que ya tenía decidido comprar un décimo en cada bar que pisara de aquí al 22 D.
Sin embargo, desde que lo vi la primera vez, llevo dándole vueltas a la situación hasta tal punto que apenas puedo dormir. Hay una variable que me inquieta y oprime el alma. Alguien se ha parado a pensar en la situación tan tensa que se hubiera creado en el bar si no hubiese tocado el gordo, cuando el pobrecillo menda, tan desarrapado y tan guapetón hubiese llegado al bar a tomarse su cafecito:
-Manolo, dime que te debo.
-Veintiún euros.
-¿Veintiun euros por un café?
-No hombre, un euro del café y 20 de esto.
-Manolo... Te dije que este año no quería lotería.
-Ya, pero yo por si las moscas te la cogí.
-Pues no pienso pagártela.
-Qué listo, porque no ha tocado ¿verdad? y si hubiese tocado, ¿a que sí lo pagarías?
-Ni de coña. Manolo, coge el billete y métetelo por donde te quepa, que yo no lo pago.
-Una picha, o me pagas ahora mismo o no vuelves a entrar a mi bar.
-Ni ganas que tengo de volver a que me times en esta mierda de bar. Toma tu euro, tu billete y tu café repugnante lleno de posos.
-Y tú ve saliendo por la puerta antes de que te parta los morros, mamaracho.
-Eso lo serás tú y tu puta madre.
-Con mi puta madre y la tuya te vas a ir ahora mismo de la hostia que te voy a meter, cabronazo ¡Fuera!
Evidentemente esta situación es ficticia, pero la primera también lo era y tirando de eso que se llama sentido común y que está sabiamente respaldado por la estadística, he llegado a la inteligente conclusión de que esta escena es mucho más posible que la primera, con lo cual no pienso comprar ni un puñetero décimo. Me conformaré con la salud y con no encender la tele ese día. Eso sí, el anuncio mola.

lunes, 17 de noviembre de 2014

EL ASESOR

De mayor quiero ser asesor o consultor. Como mola, llegas a la panadería de en frente y le dices al panadero lo que tiene que hacer para mejorar su negocio. Es muy fácil, vas y le preguntas que cuáles son los días que más vende; los sábados y los domingos, te contesta. También consultas cuál es el tipo de barra más consumido; la baguette, te dirá. A partir de hay preparas una detallada presentación en Power Point repleta de anglicismos para explicarle al señor panadero que el feed back del market research que le has hecho concluye que debe diversificar el target de su negocio, modificando la periodicidad e impulsando el desarrollo de new projects. Vamos, que tiene que vender más los demás días de la semana y que a ser posible hay que intentar vender la barra de leña y el pan artesano. En un mundo real, el panadero debería coger la barra más dura que tenga y correrte a gorrazos de su tienda.
Este es el maravilloso mundo de la consultoría, señor panadero, un boyante negocio por el cual unos cuantos muchos listos cobran un pastizal por decirnos obviedades a los tontos. Suelen ser un par de colegas que le ponen el nombre a la empresa, véase Ernesto y Joven o Precio y Casa del Agua y a partir de ahí van convenciendo a sus amiguetes en las grandes empresas para que se gasten millonadas en concienzudos informes que apenas consiguen el objetivo de salvar el culo del directivo que se lo ha encargado. Resulta curioso que es un sector con bastante puerta giratoria en el que el consultor a veces termina contratado en la empresa asesorada y viceversa.
Os parecerá que el ejemplo del panadero es exagerado, pero en todos los estudios de este tipo que he vivido en este mogollón de años que llevo haciendo que trabajo, me he sentido como él. De hecho ahora mismo estoy inmerso en dos procesos similares con singing-mornings de este tipo que hablan mucho, divagan más y no consiguen bajar a la tierra ni uno solo de sus filosóficos conceptos. Ellos defienden sus argumentos con cierta agresividad para evitar que les manden a la mierda por ir dando lecciones de lo que no saben; se escudan en el "a nadie le gusta que le digan lo que hace mal", pero el problema es cuando te lo dice alguno que no tiene ni puta idea y sólo sabe de técnicas de selling donkeys.
Los últimos consejos que he oído para mejorar algunas áreas de negocio os pueden resultar bastante útiles y por eso los comparto. Uno de ellos nos ha hecho una presentación de 90 diapositivas para decir que si ampliamos la facturación ampliaremos beneficios y el otro me ha tenido cuatro horas de reunión para concluir que si tratas bien al cliente este te seguirá comprando. Pues eso, a conseguir que la gente compre dos barras en lugar de una y seguir viviendo en este mundo de mentira.

lunes, 10 de noviembre de 2014

EL GUIRIGAY

Un profesor de mis hijos es especialista en expresiones decimonónicas. Cada vez que hay un poco de jaleo en clase, es decir cada día, les dice cosas como "esto es un guirigay", "esto parece un mercado persa", "dejaos de rifirafes", "menudo galimatías"... Y yo, que también soy del siglo pasado, me acuerdo muy a menudo de ellas y las repito en mitad de las discusiones familiares o los sábados por la noche cuando presencio los instructivos espectáculos televisivos que varios canales nos ofrecen.
Me gusta el periodismo y me gusta la política, así que es fácil que me enganche a cualquier debate, tertulia o programa relacionado con la actualidad. Sin embargo, el show del prime time de los sábados es digno de estudio por su mal gusto y su indigna explotación comercial de la polémica.
Los jerifantes de las cadenas televisivas saben bien que las broncas, las discusiones y la sangre les dan audiencia y por subir eso que ellos llaman el share, son capaces de las más atroces indignidades. Esas tertulias enfrentan en la pantalla a los más beligerantes representantes de izquierda y derecha, con un moderador que lejos de apaciguar ánimos o conciliar posiciones, alimenta la polémica y va introduciendo temas escabrosos para que el programa tenga un ritmo trepidante, para que no falte ni un segundo de discusión, si puede ser con gritos, con insultos e improperios, cuanto peor, mejor. Lo tienen comprobado, el sistema funciona porque el que lo ve un segundo se queda enganchado y cuesta mucho escuchar a uno de esos "distinguidos" personajes sin esperar la contestación del de en frente. Por eso la audiencia sube y estos programas, teóricamente de política, tienen unas inusitadas audiencias y están dando grandes beneficios a las compañías que los emiten. Buena muestra de que esto funciona es que los propios partidos políticos no dejan pasar la oportunidad de tener su cuota de pantalla en esas emisiones, convencidos de que el que no está ahí, no existe.
A mí me genera taquicardia, me pongo súper nervioso, me muerdo las uñas y me subo por las paredes; quiero contestar por ellos, estoy a punto de escupir sobre la pantalla y me pongo frenético. Pensaba que eran sensaciones personales, pero hablando con muchos amigos me han dicho que les ocurre exactamente lo mismo. Buscando esa reacción que crea dependencia, las teles buscan la máxima polémica invitando a personalidades del calibre de Miguel Ángel Rodríguez, Pilar Rahola o Jorge Verstrynge y llevando a periodistas tan ecuánimes e imparciales como Inda o Marhuenda.
Pero si escribo esto es porque me preocupa enormemente que el periodismo se haya pervertido hasta tal punto y juegue en su propio interés con cosas tan importantes y cruciales como la estabilidad de un país o la convivencia de sus ciudadanos. Estoy seguro de que los directivos alientan la confrontación y disfrutan con las peleas. Serían felices con el estallido de una guerra civil si esa noche tienen más audiencia que el resto de teclas del mando.
Pie de foto: Esto es lo más parecido que he encontrado a un guiri-gay... Perdón.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

EL APAGÓN


Una vecina del pueblo ha venido a pedirme auxilio con una urgencia en la que su marido era incapaz de ayudarle… no penséis mal salidorros. Se trataba de un problema tecnológico o más bien digital, su aparato de TDT había dejado de estar operativo con el apagón digital de la semana pasada y su estabilidad matrimonial empezaba a correr peligro. Sin televisión y en un pueblo sin bares, se enfrentaba a una durísima tarde en la que ella no iba a poder ver “Gente” o “Sálvame” y su esposo se iba a quedar sin la corrida que cada fin de semana emiten en el canal autonómico de Castilla La Mancha. Entendí de inmediato que estaba ante un asunto de máxima prioridad y sacando todo mi lado solidario acudí a la llamada, del mismo modo que lo hice cuando mis hijos cayeron en profunda depresión el día que en casa se cayó el wifi y los chicos quedaron desorientados porque durante unas horas no pudieron disfrutar de sus vídeos favoritos de gatitos chocándose contra la pantalla de la cámara o de idiotas dejándose la rabadilla en inexplicables saltos desde la cama elástica.

Imaginé la velada de mi vecina hablando de lo largo que había sido este verano, que todavía estaban brotando tomates en las tomateras a pesar de estar metidos en plena temporada de setas, mientras su marido le recriminaba alguno de los últimos incidentes protagonizados por el cafre de su cuñado, que, por cierto, sí que es bastante cafre, y decidí actuar de inmediato. Con esa agilidad tecnológica que me caracteriza y ayudado por un bote del inefable Loctite, conseguí poner en orden el aparato en cuestión e incluso llegué, yo solito, a resintonizar todas las cadenas y colocarlas en orden en el menú del televisor. No es difícil porque pones la primera en el canal 1, la segunda en el canal 2, Antena 3 en el 3, la Cuatro en el 4 y así hasta que llegas a la 7 y pones lo que te sale de la punta del miembro viril, como hace todo el mundo ¿no?

Una vez resuelto tan dramático episodio, me quedé pensativo tras comprobar la enorme dependencia que mis vecinos tenían de la caja tonta, muy similar a la que mis hijos y yo mismo, tenemos de la caja imbécil. Me di cuenta de cuales eran sus prioridades vitales y de que no tenían ni la menor idea de quién era Granados, ni Blesa, ni Ruz, ni sabían donde está Siria, ni Burkina Faso, ni Ukrania… Igualito que mis hijos, tan distintos y tan iguales. Y me acordé de esa frase tan manida en el franquismo y en la transición que resumía ese bienestar social generalizado: “Pan y fútbol”. Ahora hemos evolucionado con la revolución digital, ahora al pueblo le basta con “tele y wifi”.

domingo, 2 de noviembre de 2014

SAVALL Y EL PORNO


Jordi Savall, un músico, desconocido para la gran masa, pero admirado por el mundo de la cultura, ha dado una de sus mejores lecciones magistrales la semana pasada al rechazar el Premio Nacional de Música que reconocía sus méritos con la viola y su ferviente defensa de la tradición musical. Savall despreciaba el galardón como reivindicación por el menosprecio que los gobernantes tienen día a día al mundo de la cultura y en concreto a la música.
Justo en el mismo día del desplante del premiado, una compañía teatral presentaba un curioso proyecto en Madrid: en su próxima función en la capital no cobrarán entradas como tales, sino que venderán revistas pornográficas al precio de 16 euros y a los compradores de ese distinguido artículo literario les regalarán unos folios con versos de Góngora y una representación de su última obra, en el escenario. No es que estos chicos sean partidarios de la masturbación colectiva en el patio de butacas, que por otro lado sería bastante divertido y original, sino que han encontrado un curioso recoveco para escapar del IVA cultural del 21%. Ante los desmanes de un gobierno supuestamente tecnócrata y economicista, la cultura saca toda su creatividad, que es mucha, para gritar contra quienes quieren apagar su voz.
En ninguna mente bien amueblada, aunque sea en el Ikea, se puede entender que las autoridades elegidas democráticamente ataquen a conciencia a los verdaderos pilares del futuro de una sociedad, la educación, la ciencia y la cultura. Por mucho que basen sus argumentos en el PIB, la deuda, la prima de riesgo y la rentabilidad económica, nuestro país ha demostrado a través de la historia que si hay un campo en el que podemos destacar e incluso rentabilizar económicamente es el de la cultura. Claro que esto no interesa demasiado porque educación y cultura enseñan a pensar y en épocas como estas vale más la pena que la gente esté distraída con otras cosas.
No he revisado bien el listado, pero no me suena que entre los artículos consumidos por los “tarjeteros” de Cajamadrid hubiera muchos abonos para la ópera o el auditorio de Madrid, entradas del Teatro Español o visitas al Reina Sofía o al Thyssen… ellos son más de puticlub y en su defecto de revista porno. Tiene su lógica pues que esos artículos de primera necesidad para el bienestar social y de la tan protegida familia española sólo tengan un 4% de IVA. Iré al teatro a consumir mi dosis de porno y aplaudiré a Savall cuando tenga ocasión.