domingo, 20 de agosto de 2017

CHURRAS Y MERINAS

Me llama Gali, hace tiempo que no hablo con él, noto que necesita hablar, me pone al día de las muchas rutinas y escasas novedades en su familia de eso que conocemos como inmigrantes, que si su hermana ha conseguido prorrogar otros tres meses el contrato para cuidar ancianos, que si su cuñado no ha encontrado trabajo, con lo cual se queda sin papeles, que si en el Sahara estos días hay temperaturas por encima de los 46 grados y la corriente eléctrica no da abasto para soportar los aires acondicionados de quienes han gastado sus ahorros para tener ese privilegio. Le cuento solo un poquito de cómo nos van las vacaciones. Llevamos ya tiempo hablando, pero veo que no quiere colgar, que hay algo que le quema el alma y que necesita soltar; intuyo por dónde viene el toro y tiro del hilo: "Papi (me llama así desde que hace quince años vino por primera vez a pasar el verano a nuestra casa, desde que conocimos a ese niño huérfano refugiado inocente, cariñoso y maravilloso que nos iba a cambiar nuestra forma de mirar el mundo), no entiendo lo que está pasando".
Evidentemente está afectado y dolido por lo ocurrido en Barcelona y hago de psicólogo para que se desahogue: "La gente me mira mal por la calle, yo no he hecho nada, pero voy paseando por Granada y noto miradas de odio y de miedo. Yo no soy demasiado negro, pero reconocen que soy moro y me miran raro y yo no he hecho nada".
Pongo el hombro y sigo preguntando y escuchando: "No sé si existe Allah o no, pero si existe no creo que esté a favor de estas cosas. Estos asesinos están haciendo mucho daño al Islam y a todos los musulmanes, nosotros somos los que salimos más perjudicados con esta mierda." No sé muy bien cómo aconsejarle ni tranquilizarle, porque por otro lado entiendo la histeria colectiva que tenemos por aquí, porque he oído a la cajera del supermercado decir que había que echar a patadas a todos los musulmanes y a un abuelo jalearla y sugerir que sería mejor matarlos a todos. Quizás hubiera sido más útil intervenir en ese debate tan sesudo, pero no me he considerado capacitado ni animado para desasnar a esa calaña.
Una vez en casa, con el desasosiego que sigue siempre a estos días, he leído el periódico, he escuchado la radio y he olisqueado las redes sociales para ver bastantes cosas emocionantes, más de un disparate y alguna que otra miseria. He mojado los ojos con las historias personales de las víctimas, he rabiado con las primeras manipulaciones político-periodísticas y me he enternecido viendo a mi brother Brahim, con su mujer y sus hijos dejando un muñeco en Las Ramblas como homenaje a las víctimas, quizás porque él también necesite expresar su dolor o, lo que es peor, porque también él siente necesidad de excusarse por el color de su piel, por su procedencia, por su religión, por ser "moro"...
También he leído un comentario de Montse explicando a un indocumentado que la mayoría de las víctimas del Daesh son musulmanes y entonces he recordado que conozco a muchísima gente buena, algún que otro cafre, unos cuantos idiotas y ningún asesino, y que de todos ellos lo único que me importa un bledo es su color o su religión. Paseando por las Ramblas, todos somos iguales y todos derrotaremos a esta lacra de desalmados, crueles y cobardes. Sin mezclar churras y merinas.

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