domingo, 12 de julio de 2020

LA MASCARILLA

La mascarilla tiene muchas lecturas. Antes, cuando veías a alguien con mascarilla o era una delgada turista japonesa con pinta de ir a morir o era un fornido cirujano con pinta de ir a matar. Ahora la cosa ha cambiado y el profiláctico elemento ha pasado a ser uno de los artilugios más polivalentes o multifuncionales que hay. Principalmente una mascarilla sirve para odiar. Al que no la lleva, al que la lleva en la papada, al que la lleva en la mano, al que la lleva al revés, al que usa de las de filtro, al que se abanica con ella, al que sea, el caso es tener una razón para criticar y odiar al prójimo.
También sirve para dividir. Entre los que la usan para no contagiar, los menos, los que se la ponen para no contagiarse, los más, y los que son ambidiestros. Por otro lado están los objetores de conciencia, que se niegan a usarla porque son más machotes, más listos, más rebeldes y más insolidarios. Quizás se dejan llevar por líderes de opinión como Trump o Bolsonaro.
El caso es que el sencillo aparato tiene muchas más ventajas que defectos. A los famosos les sirve para pasar desapercibidos. A los entrenadores, para hablar sin tener que taparse los labios. A las mujeres, para ahorrarse una pasta en pintalabios y en un momento dado para salir de un apuro a falta de compresas. A los hombres, para taparles la parte más bruta de su cara. A los fachas, para presumir de ello. A las abuelas, para volver al ganchillo. A los orejudos, para quitarse complejos. A los narigudos, para esconderlos. A los camareros malhumorados les impide escupirte en el plato. A los escupidores profesionales, les obliga a tragarse el "pollo". No tienes que limpiarte tan a menudo las narices para evitar ese inoportuno moquillo que aparece cuando menos lo necesitas y provoca toqueteos de tus contertulios en sus propias narices. Puedes olvidarte el desodorante o tirarte pedos donde quieras con la seguridad de que los demás no los olerán. Por el mismo motivo, puedes callejear por pasadizos recónditos y esquinas de aparcamientos sin que te suba hasta el cerebelo ese ácido tufillo a orines.
Desde el punto de vista negativo, no es cómoda para el amor ni para el sexo (sobre todo el oral). Está contraindicada para los tímidos porque obliga a mirar a los ojos, en lugar de a los labios. Provoca importantes mareos cuando te hueles tu propio aliento. Sí, a ti también te huele. Y lo que es peor de todo, puede causar una catástrofe ecológica cuando confluyan a millones en los océanos.
Por eso, ahora que pasan a ser obligatorias en muchos sitios, seguid utilizándolas como os dé la gana, disfrutad de todas esas ventajas, recicladlas hasta que destiñan, lavadlas hasta que encojan, compartidlas con la familia y sentiros realizados por haber dado utilidad a la parte más fea del cuerpo humano: las orejas. Recordad que sois unos afortunados por haber vivido esta época y por poder utilizar libremente este complemento de moda, antes de que se prohiban, se compruebe que son cancerígenas, se acabe la materia prima o muera algún bloguero ahorcado con la goma. ¡Pon una mascarilla en tu vida!
Y agradecedme que no haya hecho el chiste malo sobre su precio.

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