sábado, 28 de enero de 2017

ESCUCHAR AL CUERPO

Dicen que es bueno escuchar a tu cuerpo, pero creo que hay que hacerlo con cautela. Más que nada porque cuando te da por prestarle demasiada atención, sueles llevarte algún susto. Es lo que tiene el cuerpo, que suele estarse calladito toda la vida y cuando habla es para expresarse groseramente o para tocarte las pelotas. Sé que a mi hijo pequeño y a muchos de vosotros os gustaría que hiciese una pormenorizada relación de los sonidos y formas de expresión que el cuerpo humano tiene, pero no voy a entrar en eso, lo dejo para mi tesis escatológica que algún día publicaré. Os recuerdo que gané varias ediciones del concurso familiar de fluidos segregados por el cuerpo humano, superando el récord de 25 sustancias distintas.
De lo que hablo ahora es de esa tendencia que tenemos las personas entradas en años a analizar paranoicamente cada mensaje que nuestra anatomía emite. Que bajas la escalera y cruje una rodilla, posible problema de menisco; que giras en el pasillo y te chirría la cadera, posible desgaste de pelvis; que se te duerme el brazo viendo la peli, síntoma de insuficiencia coronaria; que has adelgazado 120 gramos, igual estás incubando un cáncer; que se te retrasa la regla tres meses y te crece la barriga…
Todos tenemos esta enfermedad, pero a los que nos atrevemos a reconocerlo se nos llama hipocondríacos.
A mi me da por escucharme durmiendo y analizo algunos de los mensajes de mi fisonomía. Por ejemplo me acuerdo de la obsesión que el bueno de Ángel Nieto tiene por dormir siempre hacia el lado derecho para que el corazón no esté soportando todo el peso del cuerpo. Un día se lo consulté a mi cardiólogo y todavía se está descojonando. Quizás era cuestión del 12 + 1 porque casi todos los circuitos tienen más curvas hacia la derecha y ya tenía interiorizada la posición. También he estado durante mucho tiempo analizando mis ronquidos y ahora mismo estoy en condición de afirmar que ronco mucho cuando estoy boca arriba, muy poco cuando estoy boca abajo (lo amortigua la almohada) y sobre todo que mis ronquidos son mucho más insoportables cuando duermo sobre mi perfil derecho (con el corazón hacia arriba). En este último caso el ronquido suele conllevar un fuerte dolor en las costillas, aunque quizás esta teoría podría cambiar si pruebo a cambiarle el sitio en la cama a mi santa esposa, a quien mis ronquidos le provocan hematomas en el codo izquierdo.

Nos hacemos mayores, que no viejos, cuando nos obsesionamos por escuchar al cuerpo, pero sobre todo cuando nos sentamos a charlar con los amigos y les contamos todo lo que nos duele. Ese es el momento en el que hay que plantarse, vale que cada uno oigamos a nuestro cuerpo, pero por favor, dejemos de compartir con los allegados todas nuestras dolencias y miserias. En el metro, en el consultorio o en el bar, las generaciones se distinguen por sus temas de conversación y a los que nacimos bajo el yugo opresor del caudillo se nos reconoce por participar en ese concurso tan exitoso denominado “A ti qué te duele” que suele ganar una vecina a la que, a juzgar por sus dolencias, le quedan dos telediarios. ¡Ya nos vale!

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