miércoles, 15 de enero de 2014

CUTREAIR


Qué poquito me gusta volar. Lo digo ahora, mientras me dispongo a cruzar el Atlántico para visitar a mi socio Jesús y reencontrarme con todos nuestros amigos de San Francisco. Llevaba casi tres años sin subirme a un pajarraco de estos, pero el 2014 lo hemos empezado por los aires, tanto que en dos meses voy a tener que sufrir esa angustia del despegue en ocho ocasiones o más.
Pero lo malo no es eso sino lo que ha cambiado el cuento de los aviones en los últimos tiempos. Mientras casi todo evoluciona para mejor, con más tecnología y comodidades para los ciudadanos, los gestores de las compañías aéreas se han empeñado en lo contrario, en putear al máximo al pasajero, exprimirle y engañarle. Quizás tengan sus estudios de mercado y hayan comprobado que al viajero sólo le preocupa el precio y para poder bajarlos están usando unas artimañas de mercado, pero del persa.
No había tenido ocasión de viajar con Ryan Air hasta que hace diez días tuve la desgracia de volar por última vez con esta cutre-compañía. La elegí por el horario y no sé si el precio era mejor o no, pero nunca había viajado en autobús volador; además, pronto me percaté de que el resto de viajeros sí que tenían amplia experiencia en el asunto, lo cual les convertía en un furibundo ejército de hormigas despiadadas capaces de lo peor por conseguir un asiento libre o meter una maleta en un maletero lleno. Hombre come hombre. Pasé vergüenza cuando comprobé que era el único imbécil que había pagado 60 euracos por facturar la maleta. Pasé miedo cuando anunciaron la puerta de embarque y me vi rodeado por una avalancha de trolleys que corrían despiadados arrastrando a decenas de insolidarios viajantes, desencajados ante la posibilidad de no encontrar hueco para su equipaje. Pasé vergüenza ajena cuando les oía gritar y pelearse con las azafatas porque no había sitio para tanta maleta rodante y tenían que etiquetarlas para llevarlas en bodega. Pase angustia cuando comprobé que teníamos que viajar con mochilas encima de los pies y con todos los huecos del avión rellenados con calzoncillos y bragas, unos limpios y otros no. Pasé hambre y sed porque la Coke y los cacahuetes eran de pago, caretes y si los hubiese comprado me hubiera mirado mal el resto de hambrientos y sedientos porteadores de carritos. Pasé tortícolis cuando intenté dormir en un asiento en ángulo agudo después de dejarme las uñas buscando bajo los reposabrazos la palanca para abatir el respaldo. Sólo encontré mocos.
Y como no podía dormir reflexioné y me hice mi propio estudio de mercado. La conclusión es que con los asientos no abatibles igual ganan un par de filas, que son diez pasajeros, que es un dinerillo; con las bebidas y comidas no creo que hagan una caja de más de 50 napos; de maletas facturadas, una mierda (la mía) y de asientos reservados tres mierdas (las de dos insensatos abuelos que viajaban con su nieto). Por otro lado, deduje que a la compañía le es bastante más cómodo, seguro y posiblemente barato la facturación normal, y que la asignación de plazas no tiene ningún extracoste. Simplemente se trata de una mezquina teoría de marketing inverso; antes quien quería destacar tenía que dar mejor servicio y comodidades a sus clientes y así les podía cobrar más, ahora es al revés, te putean al máximo y si quieres dejar de sufrir, tienes que pagar. Cualquier día los cines venderán entradas separadas o en primera fila a no ser que pagues; los yogures serán todos de coco; los hoteles, con camas "supositorias"; las radios llevarán la Cope presintonizada y el As lo venderán sin la chica de la contraportada... Y yo dando ideas.

3 comentarios:

  1. Me encanta, buenísimo. Enhorabuena.

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  2. Pues el otro día, y mcuhas veces más, me pasó a mí bastante de lo cuentas, incluidas maletas que no caben.....y era Iberia.

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  3. No te preocupes, para que no tengas que pasar tanta vergüenza y ese mal rato...la próxima vez me voy yo con la cuñaaaa y listo.
    Como veras siempre mira por tu bienestar.....

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