lunes, 22 de septiembre de 2014

EL SELFIE

Como fotógrafo que fui y pseudofotógrafo que soy, no puedo con lo del selfie, es superior a mis fuerzas.  Siendo un ferviente defensor de las redes sociales como herramienta de comunicación con todos sus peros y sin embargos, no acepto que se nos imponga como el summum de la modernidad esta estúpida manía de autorretratarse haciendo, generalmente, el mentecato.
La fotografía digital ha conseguido subir el nivel medio de los fotógrafos de a pie y la democratización de este arte con la llegada de los móviles con cámaras de supermuchos megapíxeles ha cambiado el ojo y el dedo de los ciudadanos. Recuerdo cuando iba al laboratorio a recoger mis carretes y siempre me asomaba a las fotos de la señora o el caballero que tenía delante en el mostrador; qué penita me daban, todas desenfocadas, movidas, oscuras, desencuadradas y espantosas.
Eso sí, aunque las cámaras siempre han tenido la opción del disparador automático para no dejar a nadie fuera de las fotos de grupo, los que somos fotógrafos o pseudos ya estamos acostumbrados a no salir en nuestros reportajes. He de reconocer que en alguna ocasión he dado la vuelta a la cámara y con el pulgar me he tomado alguna fotillo montando en bici o en moto, pero después siempre me he arrepentido al verlas.
De hecho el autorretrato es algo un poco más antiguo que Steve Jobs y si tiras de memoria te acordarás de Goya, de Leonardo o incluso de algún escultor egipcio que ya tiró de vanidosa coquetería.
Sin embargo, esta epidemia llamada selfie avanza con mucho más peligro que el mismísimo ébola. Hay millones de adictos, muchos de ellos totalmente enganchados y ya son varias las muertes provocadas por accidentes de tráfico o caídas desde acantilados por culpa de los malditos selfies. Y no es que tema que se extinga la raza humana por esta práctica, pero de lo que sí que estoy seguro es de que se está idiotizando a pasos agigantados. Cada vez que sonríes mirando hacia arriba con tu brazo extendido para alejar el móvil, se te mueren neuronas; cada vez que compartes esa imagen de tu sonriente careto en Instagram o cualesquiera de tus comunidades de amigos virtuales, se daña tu intelecto, tu sentido común y sobre todo el del ridículo. Sí, el sentido del ridículo, el más preciado de los sentidos que distingue a los seres humanos de los animales y que poco a poco vamos eliminando de nuestro carácter (véase la foto).
El selfie no es más que un burdo heredero del fotomatón, aunque un poco más ligerito y al igual que el vídeo no consiguió matar a la radio star, tampoco el móvil acabará con el fotomatón. No me extraña, con ese nombre, cualquiera se mete con él. Supongo y espero que sea una moda pasajera contagiosa como la del agua, el hielo o el baile del momento y después aparquemos todos ese egocentrismo narcisista y vanidoso y hagamos fotos de cosas más interesantes y atractivas que nosotros mismos con nuestros logaritmos.
Y es que el selfie es a la fotografía lo que la masturbación al sexo. Así que, dejaos ya de pajas...

2 comentarios:

  1. Jajajaja
    Brillante! Me has hecho reir, gracias.
    E.

    ResponderEliminar
  2. Lo de las adolescentes sacando morritos es superior a mis fuerzas.....

    ResponderEliminar