viernes, 12 de diciembre de 2014

SINFINES

Soy un apasionado de los sinfines y toda clase de derivados. Es todo un mundo, algo que se lleva dentro, una filosofía de vida, diría... No tengo ni repanjotera idea de lo que realmente es un sinfín y no quiero comprobarlo porque ya de por sí la palabra me da mucho miedo o quizás vértigo. Algo sin fin sería infinito o incluso infinito doble. Sin embargo los sinfines y derivados que fabrica el tío Espilete se han cruzado en mi camino hasta tal punto de meterse de rondón en este distinguido espacio.
Resulta que hace unos días procedía a ordenar unas estanterías repletas de material donado para llevar al Sahara cuando encontré una caja llena de camisetas regaladas por corredores populares; no voy a entrar a describir el olor ácido y turbio que desprendía la ropa cuando abrí la caja porque ya lo he hecho. Entre las generosas donaciones encontré numerosas joyas del nivel de calcetines tomateros, camisetas de manga larga convertidas en manga corta de manera artesanal y otras muchas. Pero por encima de todo destacaba una camiseta de algodón, de 70 gramos o menos, en blanco que son más baratas y con el logotipo de la compañía que todos conocéis: Espilete, sinfines y derivados.
Por deformación profesional me intenté poner en la mente de Espilete o de su director de marketing, que supongo que es su cuñado, para entender cómo habían llegado a la conclusión de que ese nombre, ese logotipo y sobre todo esa campaña de merchandising, les iba a llevar al éxito. Puedo entender el nombre por motivos familiares y de apellidos; puedo entender el logo porque se supone que eso que representa es un sinfín; pero lo que no me entra en la cabeza es que se gasten la pasta en una camiseta con semejante diseño. ¿Quién es el inconsciente que se enfunda ese cacho algodón y sale a correr la carrera de su pueblo de esa guisa?
Mi siguiente análisis fue químico, porque la camisetilla llevaba unas sospechosas manchas amarillentas en los sobacos y si te arrimabas un poco todavía podías olisquear cierto tufo a vendimia castellano manchega o a meta de la milla urbana conquense. Por último me adentré en el estudio social y psicológico para tratar de entender la mente de ese corredor que estaba donando su apreciada y sudada camiseta de Espilete S.L. para ayudar a ese pobre africano que nunca ha visto un sinfín y tampoco ninguno de sus derivados.
Recordé entonces ese gran documental de hace poco en TVE2 en el que un trabajador social en Ghana rogaba encarecidamente al mundo que dejasen de enviarles ordenadores estropeados. Su petición era algo así como: "la brecha digital entre los países subdesarrollados y Occidente es enorme y seguirá creciendo mientras nos sigan mandando la basura que ustedes no quieren para nada". Entonces recordé una máxima del mundo de la ayuda humanitaria que todo el mundo debería aprenderse: solidaridad es compartir lo que tienes, no deshacerte de lo que te sobra.

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