domingo, 15 de marzo de 2015

LA DESPEDIDA

Ahora que estoy en condiciones de dar clases particulares de literatura y en concreto de la Generación del 98, tengo que reconocer que mi cerebro se encuentra cláramente marcado por las teorías de este insigne grupo. Las tres semanas que llevo repasando con mi hijo han dejado secuelas en mi interior y, de tanto insistirle a él, he terminado por ser un militante existencialista, desengañado y melancólico que trata de resolver todas sus dudas interiores sobre el sentido trágico de la vida.
No es que esté depresivo ni nostálgico, simplemente que las teorías de toda esta generación de escépticos han calado y respaldo la pérdida de fe de Unamuno, el derrotismo de Baroja ante el poco humano ser humano, la distorsionada realidad de Valle Inclán o la bucólica tristeza de Machado. Los párrafos de San Manuel Bueno Mártir hablando desesperado de que estamos en este mundo para morir y nada más y que los creyentes son afortunados por poder contar con una esperanza, por falsa que sea, son el perfecto resumen de ese sentimiento... Del sentido trágico de la vida.
Lo viví en persona hace unos días con una escena que quedará grabada en mi memoria para siempre, (lo que tampoco es demasiado). Quedaban dos plazas del avión al Sahara sin ocupar y un amigo saharaui me llamó de urgencia con un compromiso: "Diego necesito que lleves a dos personas, me tienes que guardar esas dos plazas para la ida, a la vuelta sólo volverá uno, la otra plaza vuelve vacía". Dicho y hecho, lo que me pida este amigo va a misa.
Una vez en el aeropuerto y en medio del lío por el embarque de todo el charter, se presentó ante mí uno de los viajeros enviados por mi amigo, un chaval joven que iba a viajar con su abuela. Facturaron su equipaje y se fueron a una esquina del aeropuerto rodeados por cinco o seis familiares que hacían corro alrededor de la abuela, sentada en una silla de ruedas. Yo seguía atendiendo a viajeros y resolviendo imprevistos, pero por el rabillo del ojo observaba la conmovedora escena; uno a uno se iban arrodillando ante la mujer, débil y enferma, y tras acariciarle con ternura las manos y la cara, rompían a llorar desconsoladamente. Poco a poco fui deduciendo quién era quien en el grupo familiar, un hermano, un par de hijos y varios nietos daban su último adiós a su abuela en una dolorosísima estampa entre maletas y carros metálicos. Lo del último adiós se suele aplicar para los muertos, pero en este caso la buena mujer estaba allí, viva y consciente de lo que esas caricias significaban.
Me vino a la mente una petición de mi padre cuando se enteró de su fatal enfermedad: "sólo os pido no saber nunca que no hay esperanza, no puedo imaginar la horrible sensación de saber que está todo perdido" y pensé que aquella mujer y sus allegados estaban viviendo en ese momento y en ese frío aeropuerto, esa horrible sensación.
Durante todo el vuelo no hablé con casi nadie y permanecí en mi asiento reflexionando sobre algo tan normal para ellos como irse a morir a su tierra y sobre el dolor de la despedida, la verdadera, la última, la trágica. Entendí entonces lo de "a la vuelta una plaza vuelve vacía" y me quedé dormido imaginando el momento en que mi plaza vuelva vacía.

PD. No está mal para un lunes, ¿verdad?... y además mi hijo suspendió el trágico examen.

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