viernes, 3 de abril de 2015

ASÍ QUE PASEN CIEN AÑOS...

La mezcla entre progreso y tradición no siempre combina bien. En la India los contrastes son continuos con escenas que perfectamente podrían estar fechadas hace varios siglos si no fuera por la presencia en ellas de algún elemento invasor de nueva tecnología. No quiero decir que no tengan derecho al móvil, a las motos o al wifi, cuando algunas de estas cosas las fabrican ellos mismos, pero bien es cierto que no es lo mismo un monje jainista meditando o cantando himnos que "whatsapeando"; ni tienen la misma magia las callejuelas de las ciudades con sus puestos de verduras, sus intocables y sus vacas, que cuando le ponemos como aderezo ochocientas mil motos con un infinito repertorio de estridentes bocinas.
La tradición está tan presente que no puede estar más, con sus marajás todavía dominando ciertos aspectos de la vida pública y de la economía. Nuestro guía nos habla siempre de su Maharaya preferido y yo siento ganas de explicarle que la mía era la Duquesa de Alba, pero la ha cascado. Esta clase de multimillonaria nobleza monárquica tan característica de este país y todavía respetada por sus ciudadanos es la guinda de un alienante sistema de castas, legalmente abolido, pero todavía latente en la sociedad, en la economía, en los apellidos y en los prejuicios de la gente. Aquí entiendes bien el significado de la manida palabra "casta".
Obviamente la religión es otro vínculo a ese pasado tan presente en la India. Todos los que viajamos a este tipo de países en Asia o África, terminamos por caer en la afirmación, casi un tópico, de que están varios siglos por detrás y que hasta que no pasen más de cien años, difícilmente superarán ese brutal choque de civilizaciones que hoy nos separa. Cuando una sociedad está acostumbrada a vivir, literalmente, en cuclillas, cuesta mucho pretender que se levanten con todo lo que eso significa. Aquí no hay fregona, ni escoba, ni carretillas y los sustituyen por personas de casta baja arrodilladas pasando un trapo o un escobón de paja o recogiendo piedras en un pequeño barreño.
Las ciudades están divididas por gremios como en la edad media, el medio ambiente no es ni siquiera utopía y los derechos de los niños o de las mujeres tendrán que esperar.
Ellos están felices o por lo menos defienden el Indian life style con orgullo, con sus creencias, sus infinitos templos, sus atascos, sus animales reencarnados cagando por doquier y su carácter aparentemente tranquilo tratando de transmitir esos valores del karma y la meditación, pero enfermizamente adictos a los motores y los megabytes. Los móviles, aunque suene mal decirlo, han cambiado su calidad de vida.
Nosotros también estamos a gusto, nos paran por la calle para hacerse fotos con "gente blanca" y ya hemos superado buena parte de los peligros que nos agobiaban los primeros días. Tres de nosotros hemos superado ya el mal de Moctezuma tras varios días agarraditos al retrete (los teenagers aguantan bien), los sustos de la carretera son ya pecata minuta, sobre todo tras haber cambiado la rueda rajada de la furgoneta y después de haber sufrido esta mañana una leve colisión en tuc-tuc. Además, Montse ha salvado el tipo después de ser embestida en el mercado de Pushkar por un peazo Miura. Esta noche, sin embargo promete ser divertida con luna llena y tormenta en el lago sagrado del dios Brahma. Se ha ido la luz y sólo se ven los relámpagos sobre el agua y se oyen los truenos entre cánticos de monjes y portazos provocados por el viento. Qué Brahma nos proteja...


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