jueves, 10 de septiembre de 2015

PETRA Y AYLAN

Como hipocondriaco que es uno, llevo días planteándome cuál sería la forma más digna, poco dolorosa y rápida de morir. Ya sé que sólo el suicida puede elegir, los demás huimos como podemos de la guadaña, aunque a veces nos arrepintamos de no haber caído en sus garras. Son mis primeras reflexiones al ponerme en la piel del refugiado, el migrante o simplemente el "escapista". Desintegrado por un misil que revienta tu casa sin llamar a la puerta, desangrado tras notar el frío filo del machete sobre tu cuello, ahogado por litros de agua salada en medio del mar o asfixiado dentro de un camión de carne humana cuando ya estás a punto de llegar al checkpoint. Es curioso pero según uno va avanzando en su éxodo, las maneras de morir van siendo cada vez más angustiosas. Claro, que eso no lo piensa uno cuando huye, simplemente corres hacia adelante sabiendo que nada puede ser peor que lo que has dejado atrás, la guerra, la cruel y asesina guerra.
Así han huido de Siria casi cinco millones de personas que poco a poco se han ido amontonando en inhóspitos campamentos de refugiados en Turquía, Líbano, Jordania o Irak. Solamente en Turquía hay casi dos millones de asustados supervivientes de ese incomprensible e incontenible conflicto de infinitos bandos. Es normal, cuando matan a parte de tu familia, destrozan tu casa y arrasan tu ciudad, a tus pies les da por correr y cruzar la frontera que esté más cerca y después de cuatro años de guerra son muchos los que han salido del país.
Pero resulta que con la sociedad de la información y el marketing en la que estamos sumidos, todo esto importaba muy poco porque pasaba lejos, a gente de otra raza, otro poder económico y otra religión. Siria, como Afganistán, Palestina, Congo, Ucrania o México formaban parte de ese deja vu de medio minuto en el Telediario de mediodía, como los de las pateras del Estrecho. Nosotros podíamos seguir concentrados en nuestras vacaciones, el fichaje de De Gea o las provocaciones de Piqué.
Pero en eso apareció Aylan y un clic de obturador sirvió para encender los focos del espectáculo y despertarnos a todos los que dábamos nuestra cabezadita viendo Masterchef. Sí, una sola imagen hizo de gota rebosante y nos descubrió de golpe que allí llevaban cuatro años matándose, que 250.000 sirios ya no existían y que cinco millones estaban fuera de su país. Y gracias a Aylan, la Merkel, que pisaba la cabeza de los griegos, levantó su zapato para ir a acariciar a un niño sirio y Rajoy, el de las concertinas, dejó traumatizado la presentación de su integrador y tolerante candidato catalán para celebrar la acogida de 14.931 refugiados en nuestro país.
El lado tierno de la vieja Europa había salido a relucir, pero pronto fue eclipsado por el lado cruel y repugnante de Petra Laszlo que nos recordó en otro show audiovisual que el peso de la intolerancia es todavía muy fuerte en este mundo de Trumps, Le Pens y Albioles. Y en el fondo nos hizo un favor exhibiendo su torpe odio.
Aylan y Petra son dos imágenes que han puesto Europa patas arriba y han resquebrajado las conciencias incluso de quienes presumían de no tenerlas. Gracias a ellos y a los reporteros esta lenta maquinaria de hacer política parece haber reaccionado, aunque solo será por unas semanas y solo hasta llegar hasta las cifras pactadas: el 14.932 que vaya aprendiendo a nadar.

PD. La foto de arriba, de Osman Sagirli, está tomada unos meses antes y muestra a un niño sirio asustado pensando que la cámara es un arma, pero no tuvo el mismo impacto que estas.


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