jueves, 12 de abril de 2012

PARAR EL TIEMPO

Tuve un compañero, que creía ser mi jefe, que cuando se acercaban las vacaciones hacía siempre la misma reflexión, la misma estúpida reflexión: "No me gustan las vacaciones, me voy con remordimiento, con la sensación de estar robándole dinero a la empresa"... Bueno, bueno, tampoco os pongáis así, el pobre hombre tenía esa enfermiza adicción al trabajo por la que muchos hemos pasado en alguna fase de nuestra vida.
Uno, que ha tenido la suerte de trabajar en lo que le gusta o mejor dicho, hacer de mi hobby mi trabajo, nunca he tenido esa sensación, aunque he de reconocer que hay veces en las que las vacaciones me crean más estrés que el trabajo. Quizás sea porque nuestro sistema nervioso se va acostumbrando a la rutina y cuando sustituyes las llamadas de teléfono, los mails, las prisas, la presión del cliente y todas las tensiones del día a día por otras bien distintas, se cruzan los cables y surge otra clase de estrés. No sé por qué es pero los mayores dolores de cabeza los tengo en la playa o en el campo, en momentos que deberían ser de relax.
Recuerdo cómo uno de los responsables de la estación de esquí de Sierra Nevada nos comentaba que los madrileños llevábamos escrita en la cara nuestra procedencia, que llegábamos de mal humor, acelerados, con prisas para todo, empujando en el remonte, colándonos en las filas y no sabíamos cambiar el ritmo. En San Francisco, cada vez que íbamos al Museo de Ciencias Naturales, los niños se iban a ver un reloj de péndulo de movimiento continuo que iba tirando fichas cada quince minutos; pues cada vez se cansaron de esperar y se dejaron llevar por su impaciencia para darle una patada a la ficha antes de tiempo, con la consiguiente bronca del vigilante. Nos pasa también cuando vamos al Sahara e intentamos que Dumaha haga más rápido el te para ir corriendo de un lado a otro, cambiándoles sus costumbres.
Son distintas interpretaciones del tiempo y cuando intentas cambiar de revoluciones tu cerebro, este se revela y te manda una jaqueca. Lo tengo comprobado, mi mayor consumo de Ibuprofeno es en fines de semana, poniendo a los niños en fila para comer, arreglando diecisiete pinchazos de bicicletas, sentándome a escuchar música o tomando vinos con los amigos. En este último caso creo que hay algún líquido elemento externo que contribuye a la migraña.
El hombre del futuro deberá tener un regulador de velocidad para poder acoplarse al diferente ritmo del tiempo según el lugar y las circunstancias. Y si se lo curran bien llegaremos a tener botón de "pause" para parar el tiempo... Lo dejo, que llevo 14 minutos escribiendo y es demasiado para esta memez.

1 comentario:

  1. Ya que hablamos de botónes, si uno pudiera elegir, sin duda eligiria el botón del volumen, ahí queda eso y que.
    cada uno lo aplique a lo que o a quien considere oportuno.
    Victoria

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