martes, 12 de febrero de 2013

EL HOMBRE QUE MATÓ A...

Liberty Valance ¿no?... Pues no, yo espero ansioso la entrevista que en unos días va a publicar una conocida revista con el hombre que mató a Bin Laden. Seré morboso o lo que sea, pero me encantaría conocer muchos de los detalles y secretos que ese personaje sabe; digo personaje porque es totalmente anónimo y es posible que si se va un poquito de la lengua, desaparezca de la faz de la tierra algo más que su apellido. Al parecer es de Milwaukee, como lo son todos los tipos raros de aquel país, de Milwaukee en el mismísimo Wisconsin, y ahora el gobierno tiene un problema parecido al de Rajoy con Bárcenas, o le miman un poco o a ver quién le calla la boca.
Resulta que el selecto pistolero que descerrajó tres tiros en la frente del enemigo público número uno del mundo, vio culminada su carrera y presentó la renuncia como el mismísimo Benedicto, pero, por esas torpezas de las administraciones, ahora se encuentra a dos velas, sin seguro médico y viéndolas venir. Eso es lo que le ha llevado a hablar con un conocido periodista y publicar su historia, supongo que bastante maquillada; aunque yo que este chaval, miraría bien cada mañana debajo del coche, porque enemigos no le van a faltar, dentro y fuera de casa.
Desde luego, los yankees tienen un problema con todos sus superhéroes y o lo resuelven o sus próximas y millonarias producciones de Hollywood van a ser un tantos frustrantes y dramáticas. Hace poco fue asesinado a tiros el francotirador más mortífero del ejercito americano, que había matado a 150 combatientes, según la versión oficial, aunque él decía haber acabado con más de 300 y la Comunidad de Madrid lo cifra en un millón y medio. Lo curioso del caso es el tratamiento que en ambos casos se hace de los personajes, que son tildados poco menos que de superhombres salvadores de la humanidad y en ningún caso se pone en duda la justicia de sus actos, ni la culpabilidad de todas y cada una de sus víctimas.
Pero hay otro dato que atormenta a los gobernantes americanos, que durante tantos años han intentado regir los destinos del mundo. La mayor causa de muerte entre sus soldados es el suicidio; son centenares los que no pueden borrar de su memoria, ni de su conciencia, lo que han visto, han vivido y han hecho en guerras como la de Irak o la de Afghanistán. Y otros muchos se vuelven locos y vagan por las calles empujando un carrito de supermercado lleno de cartones. Pronto habrá uno, en los suburbios de Chicago, contándole a la gente que él mató a Bin Laden. Sí hombre, y yo soy Obama, le dirán.

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