lunes, 21 de enero de 2013

EL VALOR DE UNA VIDA

 La vida no vale nada, depende de dónde la compres, de dónde la vendas. Si la compraste en África, en Asia o en eso que llamamos Oriente próximo y que separa a los dos continentes más baratos, en cuestión vital, tu fallecimiento pasará desapercibido, apenas formará parte de las estadísticas y sólo si tienes la fortuna de morir delante de un fotoreportero occidental, tu imagen derramará un par de lágrimas, no más.
Si la adquiriste en eso que los occidentales llamamos Occidente, tienes derecho al llanto de tu familia, a las condolencias de los amigos, a una esquela e incluso a que se diga tu nombre en algún noticiero. El dolor de un hijo por la pérdida de un padre o viceversa, debe ser igual así te llames John, o Igor o Tadayuki o Mohamed... lo es. Pero no lo es para ese ente llamado opinión pública y que tanto se deja llevar por la opinión publicada, por la forma de tratar las noticias que tienen los medios informativos.
Llevo, como otros muchos, varios días pegado al ordenador, siguiendo la actualidad que llega desde Argelia y Malí y la verdad es que no lo he pasado demasiado bien. Por lo inquietante de las noticias, por la angustia que provocan situaciones con tanta tensión y por la caprichosa forma de tratar la información de los medios. Cierto es que Argelia ha manejado el asunto del salvaje secuestro con una opacidad y confusión, que han incrementado la incertidumbre, pero todavía no doy crédito a esos titulares que hemos visto en los que siempre se daban las cifras de occidentales secuestrados (incluidos los "occidentales" japoneses) y se pasaban por alto los trabajadores argelinos. Ahora, que se van esclareciendo los hechos y parece que han muerto 80 personas, 48 de ellos rehenes y 32 secuestradores, sabemos que llegaron a estar secuestrados cerca de 700 trabajadores.
Cuando hay un asesinato tenemos un nombre, una familia destrozada, una indignación generalizada y unos sentimientos heridos. Cuando ese mismo hecho lo multiplicamos por varias decenas, sólo tenemos cifras, estadísticas, declaraciones oficiales, comentarios grandilocuentes. La conciencia, el corazón y la lágrima se esconden detrás de los números para no ver apellidos, ni madres llorando, ni hijos huérfanos. Si nos reprodujeran sólo una de las fatídicas llamadas recibidas por alguna de esas hipotéticas viudas o viudos, tendríamos un comportamiento distinto a la hora de abordar ciertos asuntos. Si además el acontecimiento ocurre en tierras lejanas, conflictivas, de otra fe y otra raza, la muerte ni merece compasión, ni comprensión, ni recuerdo... Nuestra autodefensa la borra y lo que es peor, la justifica.
En Siria caen como chinches, de centenar en centenar; en Afghanistán, Pakistán e Irak, de decena en decena, en Palestina de cuando en cuando y en el norte de África con bastante asiduidad. Sin embargo, apenas nos enteramos de nada, no queremos enterarnos, viene en un breve en el periódico y nuestra vista se lo salta para buscar la clasificación de la Liga.
Sólo si entre las víctimas hay Occidentales habrá un hueco en la portada y en la solidaridad colectiva. Para los nativos, silencio, anonimato, frialdad y sospecha: Es algo que se han buscado ellos, por nacer allí.

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