martes, 15 de enero de 2013

HISTORIAS DEL DAKAR

Con eso de escribir de Mali, al abuelo cebolleta se le ha desbloqueado una carpeta con archivos de varios gigas,  que permanecía hibernada en lo más profundo del escaso intelecto que hay en esta voluminosa cabeza. Vamos, que ya ni me acordaba de que había estado por allí en varios de los viajes que hice para seguir el Rally París-Dakar. Anoche, después de colgar la entrada de África, me fui a dormir y por mi cama aparecieron varios invitados: el primero, el desarrapado mendigo que encontramos tirado en las afueras de Bamako, en un casucho en medio del campo, fumándose cigarrillos artesanales hechos con hojas de árboles y tabaco de matorrales; según le vimos aparecer, los policías, que supuestamente nos custodiaban, le dieron una paliza de espanto, acusándole de haberle robado el pasaporte a un turista.
El pobre chaval no había robado nada y simplemente fue víctima de ese "minuto de gloria" que los policías de todo el mundo tienen para demostrar a los demás su autoridad. En esos países del sur, donde muchos de los ciudadanos apenas alcanzan la condición de ser humano y viven arrastrándose, literalmente, por el suelo, el "minuto de gloria" alcanza el grado más bajo y rastrero imaginable.
Al rato, de debajo de la almohada empezaron a salir chavales que corrían despavoridos; estábamos en Guinea Conakry y cientos de niños rodeaban el campamento de la carrera, mirando atónitos a aquellos locos que invadían su espacio con aquellos cacharros del futuro. Como siempre, los militares estaban allí para mantener el orden y bien que lo mantuvieron, primero a golpe de cinturón, repartiendo correazos a diestro y siniestro y después, ante la infatigable curiosidad infantil, con unas ráfagas de metralleta, mucho más efectivas y disuasorias. Todavía hoy, quiero seguir pensando que todos aquellos disparos se perdieron en el aire.
Por último, ya de madrugada, me ha venido a la cabeza la cabeza del tigre que nos robaron en Senegal. Dos chavalines se acercaron al coche y cogieron la bolsa más grande que había, sin saber que lo único que llevaba era una divertida y gigantesca cabeza de la mascota de Kellogg's, que suponemos que estará colgada como decoración en algún chiringuito de carretera o igual preside algún templo y alguien reza al dios de los cereales. Nosotros la buscamos durante dos días sin éxito, pero no era cuestión de llamar a la policía ¿verdad?



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